Especial de Halloween


Desde la cima del Monte Olimpo hasta los helados reinos de Asgard… cuando la Noche de Halloween se aproxima, los velos entre el mundo de los vivos y el de los muertos se vuelven tan finos como un susurro.
Zeus no logra dormir sin dejar una antorcha encendida, y Perkūnas, nervioso, deja sus truenos rugiendo toda la noche.
En cada rincón del universo, criaturas mágicas, héroes y dioses sienten cómo la oscuridad despierta con un brillo inquietante…

¿Te atreves a adentrarte en el reino de lo misterioso y lo encantado?
Solo los guardianes más valientes no temen a las sombras que hipnotizan la noche.

Bua ja ja ja ja… 👻✨

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🕯️ El Ser Debajo de la Cama 🕯️




🎭 El Último Acto🎭


Dicen que en los viejos teatros habitan más que recuerdos.
Que las tablas guardan los pasos de quienes actuaron hasta que su voz se apagó,
y que, a veces, una historia se niega a dar su última función.


Esa noche, el Tío Chris no lo sabía aún…
pero estaba a punto de descubrir que algunas máscaras nunca dejan de mirar.

Hacía tiempo que no pensaba en su antiguo profesor de teatro —aquel hombre que le enseñó a no temerle al escenario, que podía transformar el silencio en un aplauso—, hasta que una llamada rompió la calma de la tarde.

El profesor estaba enfermo. Muy enfermo.
Y su voz, alguna vez poderosa y resonante, apenas era un susurro al otro lado de la línea.

Sin dudarlo, Chris fue al viejo teatro donde había aprendido todo.
El lugar olía a polvo, maquillaje y memorias.
Entre los pasillos oscuros, se reunían algunos de sus antiguos compañeros, con los rostros tensos y los ojos húmedos.
Les dijeron que el maestro estaba con los médicos… y que nadie podía verlo.

Mientras esperaban, Chris se acercó a una mesa iluminada por una bombilla temblorosa.
Encima descansaban un libreto amarillento, un ramo de flores marchitas
y una máscara blanca.
Esa misma máscara que el profesor había usado en su primera obra,
aquella que lo hizo enamorarse del teatro.

Y también, sin saber por qué, temerle.

No supo explicar qué lo impulsó.
¿Nostalgia? ¿Curiosidad? ¿O algo que lo observaba desde el otro lado del espejo de la máscara?
Solo recuerda haber extendido la mano… y llevársela consigo.

Aquella noche, ya en su casa, dejó la máscara en algún rincón.
Tal vez la guardó bajo la cama.
Tal vez se cayó sola.
El recuerdo se disolvió con el cansancio.

Encendió el celular, apagó la luz y se arropó hasta el pecho.
Y cuando estiró la mano para alcanzar el cable del cargador,
sintió algo.
Una caricia seca.
Como otra mano que también buscaba el cable desde el otro lado de la oscuridad.

El corazón se le detuvo.
La habitación se volvió un escenario sin sonido.
Solo las sábanas moviéndose lentamente,
como si alguien, debajo de la cama, tirara de ellas con paciencia.

Chris saltó, buscando sus pantuflas.
Se calzó una.
Y al inclinarse por la otra, la vio desaparecer bajo la cama,
arrastrada por algo invisible.

Corrió.
Esa noche durmió en la sala,
con la televisión encendida y la luz del miedo reflejada en sus ojos.

Al amanecer, el teléfono vibró.
Una notificación.
Su profesor había muerto…
esa misma noche.

El alma del actor se había apagado.
Pero no así su última escena.

Chris tomó la máscara, la envolvió en una bolsa
y fue al teatro para dejarla sobre el altar del funeral.
El aire olía a incienso y madera vieja.
Rezaron en silencio.

Y cuando estaba por irse, algo le llamó la atención.
Un destello, apenas visible, bajo el ataúd.
Se inclinó lentamente…
y allí, en la penumbra, esperándolo como si nada hubiera pasado,
estaba su pantufla.


Algunos dicen que el viejo profesor aún deambula entre los bastidores,
repasando sus diálogos, esperando el aplauso que nunca llegó.


El Tío Chris nunca volvió a usar esas pantuflas.

Ni volvió a mirar debajo de la cama.

Porque desde entonces,
cuando el silencio cae y las luces se apagan…
siente que algo, muy despacio, respira bajo el escenario.



🕯️El Babysitter y el Psicópata🕯️


 

🕯️Cuando el Miedo Tocó la Puerta 🕯️


(Versión literaria — Las Crónicas del Olvido, Especial de Halloween)


Dicen que los miedos más profundos no nacen de lo que se ve,
sino de lo que se imagina en la oscuridad.


Aquella noche, Ignacio no lo sabía todavía,
pero estaba a punto de descubrirlo.

Todo comenzó un año atrás, justo después de comprar los disfraces de Halloween.
Sus padres tenían una función de teatro a la que no podían faltar,
y los padres de Majo — su primita — habían prometido acompañarlos.
Solo había un pequeño problema:
no tenían quién cuidará de los niños.

Yo puedo hacerlo —dijo Ignacio con esa seguridad frágil de quien se siente invencible a los doce años—.
Ya soy grande.

Insistió tanto, que al final los adultos cedieron.
Unas palabras, una sonrisa, una promesa…
y el trato quedó hecho.

Mientras los padres terminaban de arreglarse, la noche cayó lenta sobre el edificio.
El reloj apenas pasaba las nueve.
En la televisión, un noticiero llenaba la sala con voces de rutina,
hasta que una frase partió el aire como un cuchillo:

“Última hora: continúa la búsqueda del psicópata fugitivo del hospital mental.”

Monica— la madre de Ignacio apareció desde el pasillo, molesta.
—¡Apaguen eso! —ordenó, buscando restarle importancia a lo que acababan de oír—.
Jueguen un rato y acuéstense temprano. Volveremos antes de la medianoche.

Minutos después, el sonido de la puerta cerrándose marcó el inicio de la noche.
Una noche tranquila… o al menos eso parecía.


Videojuegos. Risas. Golpes de botones y chistes mal contados.
Todo era normal, hasta que el sonido se coló desde afuera…
un ladrido.

Primero uno, lejano.
Luego otro, más cerca.
Y otro.
Hasta que los dos niños quedaron en silencio.

—¿Y si es el fugitivo? —preguntó Majo con un hilo de voz.

Ignacio soltó una risa breve, nerviosa.
—Nada de eso. Será un perro… persiguiendo gatos.

Pero entonces, entre los ladridos, algo rompió la calma.
Un grito. Largo.
No animal. Humano.

Ambos se miraron.
Y sin pensarlo, apagaron la luz.


La oscuridad del apartamento se volvió espesa.
Solo el tic-tac del reloj y los ladridos, cada vez más cerca.

Desde el pasillo, se escucharon pasos.
Lentos.
Arrastrados.
Como si alguien subiera las escaleras del edificio contando los peldaños.

Majo temblaba.
—Igna… es él. Es el psicópata.

Ignacio intentó sonreír, pero su voz le falló.

 —Claro que no… pero, por si acaso, vayamos a dormir.

Caminaron hacia la habitación.
El suelo crujía bajo sus pasos, y justo cuando la puerta quedó frente a ellos,
algo golpeó del otro lado.
Un tropiezo.
Un cuerpo cayendo.
Y un silencio imposible.

Se arrastraron bajo la cama.
El aire se volvió denso.
El corazón de Ignacio martillaba tan fuerte que pensó que el intruso podría oírlo.

Tres golpes resonaron en la puerta.
Uno.
Dos.
Tres.

La respiración de Majo era un llanto contenido.
Ignacio lo supo: tenía que protegerla.

Tomó el bate de béisbol que guardaba junto a la cama.
Su mano temblaba.
Cada segundo pesaba una eternidad.

Del otro lado, una llave giró.
El chirrido del metal se mezcló con el eco de los ladridos.

—A la cuenta de tres —susurró—.
Uno…
Dos…

La cerradura cedió.
La puerta se abrió de golpe.

—¡Ahora, Majo!

La luz estalló sobre el pasillo.
Y lo que vieron los dejó paralizados.

Un hombre de gorra verde, con una sonrisa absurda, los observaba desde la entrada.
—¿Qué haces con ese bate, Igna? —dijo, conteniendo la risa.

Era el Tío Chris.
Detrás de él, Milu movía la cola, todavía ladrando a algo que solo ella había visto.

—Vine a hacerles compañía —explicó, algo agitado—.
Casi no encuentro la llave correcta, y esta loca empezó a ladrar por un gato.

Ignacio bajó el bate.
Majo soltó el aire.
Y los tres rieron.
Pero las risas no sonaban del todo sinceras.


Aquella noche, los niños durmieron sin sobresaltos.
Sin embargo, al amanecer, el noticiero repitió una frase que heló el desayuno:

“El fugitivo del hospital mental continúa desaparecido.”

Ignacio levantó la mirada hacia Milu, que seguía inquieta, mirando la puerta.
Y por un instante, solo por un instante,
tuvo la sensación de que alguien —o algo—
seguía allí afuera.

Observando.
Esperando.

🕯️

Dicen que el miedo no siempre se va con la luz del día.
A veces se queda quieto,
detrás de una puerta cerrada,
esperando que alguien vuelva a apagar la lámpara.



🦟La Picadura🦟


🦟 La leyenda del hombre mosquito de Sportcity🦟


Dicen que en los gimnasios más antiguos —esos donde las paredes aún huelen a hierro y sudor— se guardan historias que no aparecen en ningún contrato de membresía.
Historias que empiezan con un simple zumbido… y terminan con un silencio imposible.


Todo comenzó un martes cualquiera.
El aire pesaba con el olor metálico de las mancuernas, y las luces blancas del techo parpadeaban con pereza.
Entre repeticiones y bromas, Chris notó algo extraño en la pierna de su compañero de entrenamiento, Yoray: una picadura roja, del tamaño de una moneda, justo sobre el gemelo.

—Bro… ¿y esa picadura zombie? —bromeó Chris, mientras ajustaba su gorra verde con la estrella.
Yoray sonrió con indiferencia.
—Ah, eso. Me picó un mosquito en Curazao. Nada grave.
Hizo una pausa.
—Aunque a veces… siento que se mueve.

Chris rió, pero cuando volvió a mirar, juraría que algo reptaba bajo la piel.
Un temblor leve, como un pequeño pulso ajeno a cualquier ritmo humano.

Esa noche, la imagen lo perseguía.
Trató de dormir, pero el eco del gimnasio aún vibraba en su mente.
Justo cuando la oscuridad lo envolvía, un leve bzzzz rozó su oído.
Un zumbido tenue, casi tímido… hasta que se convirtió en un rugido diminuto, insistente, imposible de ubicar.

Encendió la luz.
Nada.
Solo el reflejo inquieto de su propia sombra sobre la pared.

Al día siguiente, el gimnasio parecía otro.
El aire estaba denso, como si nadie hubiera abierto las ventanas en días.
Yoray llegó tarde, con los ojos hundidos y una sonrisa que no le pertenecía.
La picadura ya no era una picadura: era una marca viva, una grieta palpitante.

—¿Estás bien? —preguntó Chris, inseguro.
—Mejor que nunca —respondió Yoray, con una voz más grave, más hueca—. Hoy me siento más fuerte.

Durante su rutina, Yoray levantaba peso tras peso, como si algo invisible lo impulsara.
Cada respiración se volvía más aguda, cada músculo más tenso.
A la novena repetición de su último set… el silencio se quebró.

💥 La camiseta se rasgó.
🦟 Dos alas translúcidas emergieron de su espalda, vibrando con furia.
Su piel se tornó gris, los ojos se fragmentaron como los de un insecto, y el zumbido inundó todo el gimnasio.

Las luces parpadearon.
Los espejos se fracturaron.
El sonido de las pesas cayendo se mezcló con los gritos.
Chris corrió entre la neblina de sudor y miedo, esquivando los bancos mientras una sombra alada descendía sobre él.

Podía sentir el aire cortado por las alas.
Podía oler el metal, el miedo y algo más… algo dulce, húmedo… como la sangre.

Cuando Yoray —o lo que quedaba de él— abrió su boca monstruosa, un brillo agudo cruzó su mirada.
El rugido del insecto llenó la sala.

Y entonces…

📢 ⏰ La alarma del despertador estalló.

Chris se incorporó empapado en sudor.
El gimnasio había desaparecido.
Solo su habitación, su cama, su respiración agitada.

Un sueño.
Solo un sueño.

O eso quiso creer…
Hasta que un leve bzzzzz se deslizó cerca de su oído.
Un sonido imposible de ignorar.
Y, sobre la mesita de noche… una pequeña sombra alada se posó sobre su gorra verde.

🦟


La picadura desapareció… pero la maldición siguió entrenando.
En silencio. En la oscuridad.





🚲 El Último Paseo  🚲



🚲La leyenda del ciclista fantasma🚲


Basada en hechos reales… o eso dicen


La noche había caído con una neblina fría y persistente, como si la ciudad entera contuviera la respiración.
Durante semanas, ella había vivido atrapada entre correos electrónicos interminables, reuniones a deshoras y llamadas que parecían no tener fin. Su agenda estaba llena… menos de lo importante: las cenas familiares, las risas nocturnas, los pequeños momentos que, sin saberlo, empezaban a desvanecerse como la luz en un pasillo largo.

Aquella noche, la carretera estaba vacía.
Los faroles proyectaban un resplandor amarillento sobre el pavimento húmedo, y el sonido de las llantas sobre el asfalto mojado tenía un eco inquietante.
Sus párpados pesaban más de lo normal… solo fue un segundo. Un parpadeo. Un suspiro demasiado largo.


💥 Un golpe seco.


El mundo pareció detenerse.
Su pie se estrelló contra el freno; el corazón se le desbocó en el pecho. Las luces del coche iluminaron la silueta de un chico tendido sobre el suelo, junto a una bicicleta tirada de lado. No tendría más de trece años. La niebla se arremolinaba a su alrededor como si lo envolviera.

Corrió hacia él, temblando.
— ¿Estás bien? —preguntó, con la voz quebrada.
El chico respiraba. Estaba consciente, sorprendentemente ileso.
— Sí… sí… —balbuceó—. Pero por favor… no se lo diga a mi mamá.
Su tono era nervioso, casi suplicante. Explicó que la bicicleta era nueva y que su madre se enfadaría si descubría lo ocurrido. Sus ojos tenían una mezcla extraña de miedo y timidez… como si llevara un secreto muy antiguo en la mirada.

Ella insistió en acompañarlo.
Condujo lentamente hasta una calle silenciosa, bordeada de casas de ladrillo y árboles desnudos. Al llegar, él sonrió apenas, tomó su casco y dijo que entraría solo. Ella no quiso presionar. Lo observó alejarse por el sendero, hasta perderlo entre la penumbra. Luego, exhausta, siguió su camino.


Al amanecer, el aroma a café llenaba la cocina. Su hija la observaba desde la mesa, con los dedos entrelazados.
— Mamá… ¿vas a venir esta noche a mi recital de piano? —preguntó en voz baja.
Ella dudó. El trabajo la esperaba como siempre, exigente, insaciable.
— No lo sé, cariño… tengo mucho que hacer.
La niña bajó la mirada sin responder. El silencio dolió más que cualquier reproche.

Minutos después, al subir al coche, algo la hizo detenerse.
En el asiento trasero… estaba
el casco.
El mismo que había visto en manos del chico la noche anterior.
¿Cómo era posible?


Decidió devolverlo antes de ir a la oficina.
Condujo hasta la misma calle.
La fachada de la casa parecía distinta bajo la luz gris de la mañana: el jardín estaba descuidado, las cortinas cerradas, como si el tiempo se hubiera detenido allí hace mucho.
Tocó la puerta.
Tras unos segundos, una mujer vestida completamente de negro apareció. Su rostro pálido y apagado parecía tallado en mármol; sus ojos estaban vacíos, como si hubieran llorado todo lo que se podía llorar.

— Disculpe… —dijo ella con un hilo de voz, levantando el casco—.
Ayer tuve un pequeño accidente con su hijo. Quería devolvérselo.


La mujer la miró en silencio. Un silencio prolongado… pesado… casi antinatural.
Luego sus labios se movieron apenas:
— Eso no es posible… —susurró—.


Mi hijo murió hace un año.


Alguien… se quedó dormido al volante… y lo atropelló.


El aire se volvió espeso.
La bruma que antes cubría la calle ahora parecía colarse en sus pulmones.
Sus manos se helaron. Tartamudeó unas disculpas torpes y retrocedió, sin dejar de mirar el casco que sostenía.
Algo en él… pesaba diferente.


Esa noche, se sentó en primera fila en el recital de piano de su hija.
Escuchó cada nota como si fuera un latido.
desde entonces…
nunca volvió a faltar a un solo momento familiar.


Pero a veces… cuando la niebla cae sobre la ciudad y las luces parpadean en la carretera vacía… jura ver, a lo lejos, la silueta de un niño en bicicleta… pedaleando en silencio.
🚲



La leyenda de Ignostein


 🧠✨ Ignostein, el pequeño Frankenstein 🧠✨


 Dicen que, cuando el 31 de octubre la luna brilla sobre el San Bartolo, algo… o alguien… recorre sus pasillos. ¿Leyenda o verdad?


Hace no mucho tiempo, una historia curiosa comenzó a circular… y sucedió nada más y nada menos que en el colegio San Bartolo.


Era 31 de octubre. El aire estaba impregnado de esa mezcla entre risas nerviosas, disfraces improvisados y el olor a dulces escondidos en los bolsillos. El teacher de Biología entró al salón dispuesto a empezar la clase, pero algo en el murmullo de los estudiantes llamó su atención.


—Dicen que camina por los pasillos cuando todos se van… —susurró uno.
—Ni vivo ni muerto… —añadió otro.
—Con tornillos brillantes en el cuello —remató alguien con dramatismo.


El teacher escuchaba divertido. Según los estudiantes, una extraña criatura recorría la escuela cuando la noche caía. No era humana, ni zombie… ni viva, ni muerta. Un ser de uniforme de taekwondo desgarrado y piel verdosa al que todos conocían con un nombre que ponía la piel de gallina: Ignostein.


El profesor soltó una carcajada. “Niños y sus historias de Halloween”, pensó. Como era noche de fiesta, los mandó a todos a pedir dulces, mientras él se quedaba revisando tareas en el salón vacío. Pero, aunque intentaba concentrarse, una palabra no dejaba de resonar en su mente:
Ignostein… Ignostein… Ignostein…


Entonces, ocurrió.


¡PAM! Una puerta se cerró de golpe, haciendo eco en el pasillo vacío.
Un pupitre se arrastró lentamente por el suelo, con un chirrido que erizó cada pelo de su nuca.
Y después… una puerta empezó a abrirse muy despacio, como si alguien—o algo—quisiera anunciar su llegada.


El profesor apagó la luz y se escondió debajo del escritorio, conteniendo la respiración. El silencio era tan profundo que podía escuchar el latido acelerado de su propio corazón.

Fue entonces cuando los vio:


Dos pies verdosos bajo el brillo de la luna.
Un uniforme de taekwondo hecho jirones.
Y una silueta alta, con un tornillo en el cuello que brillaba en la penumbra.


—¡Era él! —pensó—. ¡Ignostein!


Temblando, murmuró:


—No me comas… soy un buen profesor…


Y justo en ese momento, como si un hechizo se rompiera, las luces del salón se encendieron.

—¿Profe? Soy yo… Ignacio. Se me quedó mi cuaderno —dijo una voz conocida.
Ignacio estaba allí, con una sonrisa pícara y un disfraz perfecto de Frankenstein.
—¿Le asusté?

El teacher tragó saliva y, tratando de recuperar la compostura, soltó una risa nerviosa:
—¡Claro que no me asusté! Me escondí para asustarte a ti…


Desde aquella noche, cada Halloween, algunos dicen que el eco de los pasillos susurra la historia del pequeño monstruo que caminó entre sombras y pupitres.
Así nació la leyenda de…
Ignostein, el pequeño Frankenstein. 🧠✨



Y así termina la primera historia… o al menos eso creen.
¿Estás listo para lo que se esconde en los pasillos la próxima semana?




🦇 La Condesa de Energy Blue🦇



🦇Majo vs. La Condesa 🦇


“No todas las leyendas nacen en castillos lejanos… algunas comienzan en un gimnasio de cheerleaders


Un cuento de Halloween de Las Crónicas del Olvido


Hace exactamente un año, cuando las hojas anaranjadas crujían bajo los pies y el aire olía a lluvia y calabaza, algo muy particular ocurrió en la academia de cheerleaders Energy Blue.
Era finales de octubre. Las tardes se oscurecían antes de tiempo, el viento silbaba entre los árboles como si murmurara secretos, y la víspera de Halloween se acercaba sigilosa… trayendo consigo una presencia inesperada. 👻🍂

Aquel día, las puertas de la academia se abrieron para recibir a una nueva instructora.
Su llegada fue silenciosa, casi teatral.
Su piel era tan blanca como la luna llena 🌕, contrastando con su cabello negro, largo y liso como la medianoche. Pero lo que realmente atrapaba a cualquiera era su
mirada profunda: tan intensa que parecía atravesarte y leer tus pensamientos más escondidos. 😳

Decía venir de Transilvania, y su acento extraño no hacía más que alimentar los rumores entre las estudiantes. Su sonrisa, aunque amable, tenía un toque inquietante… como si escondiera un secreto.
Pero lo que más impresionó a Majo —una de las cheerleaders más curiosas y vivaces del grupo— no fue su voz ni su mirada… sino
cómo se movía.
Era veloz, flexible, ligera… como si no tocara el suelo. Sus giros parecían coreografías de otro mundo 👀✨

🌙
La noche del 30 de octubre, después de un largo entrenamiento, Majo llegó a casa agotada. Cenó con sus padres y se fue a la cama, pero
no lograba dormir.
Desde el pasillo, espiaba a sus papás viendo una película de terror:
“La esposa de Drácula” 🧛‍♀️🎥
Ruben, su papá, la sorprendió y la mandó de vuelta a dormir, pero ya era demasiado tarde.
Las imágenes góticas de la pantalla se habían colado en su cabeza, mezclándose con la figura elegante de la instructora. 😵

Esa noche, Majo soñó que la mujer volaba sobre el gimnasio con una capa inmensa ondeando en el aire.
Cuando despertó, tenía ojeras y el corazón acelerado. Algo, en el fondo, le decía que no era solo un sueño.

☀️
Al día siguiente, un murmullo inquietante recorrió los pasillos.
Unas compañeras llevaban a su mejor amiga a la oficina de la instructora.
—“Se resbaló y se raspó la rodilla”— decían.
—“Hay un poco de sangre… y la nueva instructora la va a atender” 🩸

Majo se detuvo en seco.
¿Sangre? ¿Transilvania?
Una idea escalofriante empezó a formarse en su mente. 😨😱

En ese momento, la puerta de la oficina se abrió lentamente…
Y de entre las sombras, la instructora apareció
llevando una capa negra sobre los hombros 🤯
—“Chicas, este será el nuevo uniforme para el próximo torneo”— dijo con una sonrisa tranquila.

Pero Majo no escuchó el resto.
En su cabeza solo resonaban las palabras:

“¡La esposa de Drácula… está aquí!” 🧛‍♀️

Cuando preguntó por su amiga, la instructora respondió sin preocupación:
—“Ah, sí… pónganse las capas. Yo voy a limpiar la herida, ha sangrado mucho…” 🩸

⚡ De pronto, un trueno estremeció el cielo.
☔ Comenzó a llover.
💥 Y en cuestión de segundos…
la luz se fue.
Todo quedó envuelto en oscuridad 😱

Majo no dudó ni un instante.
Corrió a la cocina del instituto, abrió una alacena y tomó varios dientes de ajo 🧄. Con ellos, improvisó un
collar protector.
Arrancó una cruz de la pared ✝️ y, armada con valor y superstición, se dirigió lentamente hacia la oficina.

Debajo de la puerta se filtraba la luz temblorosa de una vela.
Sombras se movían en el interior…
Y pasos lentos se acercaban desde el otro lado 👣

“Es ella…” —pensó—
“¡La esposa de Drácula!” 🧛‍♀️✨

Su respiración se volvió entrecortada.
La música en su cabeza era digna de una película de terror 🎶
Un paso…
Otro…
Y cuando su mano temblorosa iba a tocar el picaporte…

👻
¡Alguien le tocó el hombro! 😱
—“¡AAAAAAAH!” —gritó Majo, levantando el collar de ajos como si fuera un escudo.

💡 En ese instante, la luz volvió.
Y detrás de ella, con cara de confusión… estaba Ruben.
—“Majo… ¿qué haces con eso en el cuello?” 😅

—“¡Papá, rápido! Mira…” —dijo, señalando hacia la puerta.

🚪 Esta se abrió lentamente, dejando ver a su amiga con la rodilla vendada, sonriente y tranquila.
Detrás de ella, la instructora apareció, serena como siempre.
—“Listo, ya está curada”— dijo simplemente.

Las compañeras de Majo la miraban con curiosidad y risa contenida.
—“Majo… ¿por qué llevas… eso?” —preguntó una, señalando el collar de ajos.

Ella se quedó inmóvil.
La cruz aún en la mano.
El collar colgando del cuello.
Y todos… observándola en silencio.

🌕✨
Desde aquel día, nadie volvió a hablar del incidente.
Pero cuando el viento sopla fuerte en la academia y las luces parpadean, algunos juran ver
una capa negra ondeando en los pasillos
¿Leyenda?
¿Coincidencia?
O tal vez… la Condesa de Energy Blue sigue observando 👀🦇



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