El despertar de la Centinela de la Flama Rosa

La Centinela y el Corazón del Bosque
En alguna taberna perdida entre constelaciones y leyendas antiguas, tres dioses se encontraron para celebrar el fin de una amenaza…
Loki, el viajero del caos; Dionisio, el eterno anfitrión del delirio; y Ragutis, el tejedor de espuma y cuentos de cebada.
—Y cuando yo pensé que la Niebla del Olvido había ganado y que el Eje del Norte se había perdido… ¡pum! Aparece el Guardián de la Luz Azul, volando sobre un ser increíble: mitad halcón, mitad tigre. Yo pude haber derrotado a Surtr solo, por supuesto… pero ya saben que a mí el protagonismo me da flojera
—contaba el buen Loki, sin notar que una sombra extraña aún lo seguía desde aquella última batalla.
—¡Por el trueno de Odín y la locura del Olimpo! ¡Brindemos por la victoria! —gritó Dionisio, agitando su copa llena de estrellas líquidas—. Te lo dije, los guardianes de la Llama Eterna no defraudan. Ese joven de la luz azul tiene más valor que muchos dioses juntos.
Ragutis rió.
—Si algún día la Niebla del Olvido llega a los bosques bálticos… y se atreve a tocar a Zemyna… el mundo entero se marchitaría. ¿Se imaginan eso? Un mundo sin semillas, sin primaveras, ¡sin avena para hacer cerveza! ¡No, no, no! Pero bah… eso nunca pasará.
Un susurro recorrió el aire.
La sombra detrás de Loki se separó de su cuerpo.
Las burbujas dejaron de bailar.
Y entre el vapor de la cerveza y el humo del vino…
la Niebla escuchó.
Entonces, una sombra cruzó la puerta, cerrándola con un chasquido ancestral.
Los tres dioses fiesteros quedaron atrapados en su propia celebración.
La Niebla ya sabía a dónde ir.
🌟🌟
El Murmullo del Olvido
Ese día, Mariana había regresado temprano a casa. No entendía bien por qué.
El sol y la luna parecían haberse peleado en el cielo: uno no sabía cuándo salir, el otro no quería irse.
Las personas confundían el norte con el sur, como si el mundo caminara desorientado.
Y además… ese tic-toc extraño.
Un sonido metálico, persistente, que retumbaba en su cabeza,
como si su mente escondiera un reloj oculto, marcando algo que aún no comprendía.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —preguntó Ignacio—. ¿No tenías clase en la universidad?
—No sé —dijo Mariana, llevándose la mano a la frente—.
Me confundí. No recordaba si tenía clase en la sede del norte o en la del sur…
Y tengo un tic-toc raro en la cabeza. Como un pitido que no se va.
La gente en la calle también está rara.
Ignacio se quedó quieto.
—¿Tú también lo escuchas?
—Sí —respondió Mariana, como si de pronto se sintiera un poco menos sola—.
Pero ya me tomé un analgésico. Seguro se me pasa…
Al cerrar los ojos, no encontró sueño.
Encontró… un remolino. Un torbellino de imágenes comenzó a girar en su mente:
árboles que respiraban, raíces que cantaban, flores hechas de cristal, serpientes doradas escondidas entre las hojas…
¿Eran recuerdos?
¿Sueños?
¿O señales?
Cuando despertó, el brillo del sol atravesaba la ventana de su habitación.
Y por primera vez en días, el cielo parecía… normal.
La luna ya no danzaba con el sol en aquel baile confuso y desordenado.
El mundo, al menos desde su ventana, parecía haber recordado cómo funcionar.
Mariana se acercó al vidrio y fijó la mirada en el árbol del parque frente a casa.
Ese árbol que siempre brindaba sombra en los días más calurosos.
Y allí estaba.
Una silueta.
Delgada, ondulante.
Como una serpiente... o quizás algo imposible de nombrar.
—Mari, el desayuno está en la mesa. Te estamos esperando —dijo Ignacio, abriendo la puerta.
—¿Has notado que la luna ya no está junto al sol? —respondió Mariana, sin quitar la mirada del árbol—. Al parecer, recordó en qué dirección debía esconderse.
Ignacio sonrió con esa calma extraña de quien sabe más de lo que aparenta.
—Sí que lo noté. Parece que alguien logró devolver la Estrella del Norte a las brújulas del universo... jejeje.
—¿Pero qué miras tan concentrada?
—¿La ves? —preguntó Mariana, sin moverse.
—¿Qué cosa? —respondió Ignacio.
—La serpiente. Siento que me sigue… noche y día.
Ignacio entornó los ojos.
—No veo ninguna serpiente. Bueno… veo que ese pobre árbol ya entró en su otoño. Cada día lo noto más seco.
Tomó su mano con ternura.
Pero en sus ojos, por un segundo breve y mágico…
una chispa rosa brilló.
Ese día, Mariana tenía una salida de campo con su clase de la universidad.
Visitarían un proyecto ecológico a las afueras de Bogotá.
Pero por más que intentaba concentrarse, algo no la dejaba en paz.
Ese tic-toc extraño aún retumbaba en su cabeza.
Y entre las hojas secas y los arbustos espesos del camino… esa figura.
La misma silueta serpenteante, como un eco dorado que la seguía a donde fuera.
—Mari… ¿ves esa cosita que vuela entre las flores? —preguntó Mora, su mejor amigo, señalando unas plantas bajas.
—¿Qué? ¿La mariposa? —respondió Mariana, sin apartar la vista.
—¿La qué...? ¿Qué es una mariposa? No, no… hablo de esa cosita que vuela entre las flores rosadas —dijo Mora, rascándose la cabeza.
Mariana lo miró extrañada.
—Eso mismo, la mariposa… que vuela entre las rosas.
Hizo una pausa.
—Aunque… ahora que lo dices… llevo días sin ver mariposas. Ni rosas.
Y allí estaba otra vez.
La serpiente.
Entre los arbustos.
Observándola en silencio.
—Dime que la ves… por favor, Mora. Dime que la ves. Esa serpiente no deja de seguirme…
—¿La qué? Mari, ¿de qué hablas? ¿Maricosas… cosas rosas… serpientes? Estás muy rara últimamente —dijo Mora con una risa nerviosa—.
Pero ven, que el profe va a dar la explicación de este lugar.
—Sigue tú… ya los alcanzo —susurró Mariana.
Mientras sus compañeros se alejaban entre murmullos y carpetas, Mariana decidió acercarse al arbusto.
La mariposa se evaporó en el aire.
Las rosas… perdieron su color.
De rosa pasaron a verde, como si hubieran olvidado que alguna vez fueron flores.
El tic-toc en su cabeza retumbó con más fuerza.
Pero ahora… se combinaba con un nuevo sonido: un silbido.
Un siseo.
Al principio era incomprensible.
Pero a medida que se acercaba a la criatura, y se perdía en sus ojos dorados…
El siseo comenzó a ordenarse en palabras, como si el viento aprendiera a hablar.
—Ceeeeeentinelaaaaaaaa… te essssssstaba busssssssscandooooo…
te necessssssssssitamosssssss…
La voz se deslizaba como aire antiguo.
Un eco de urgencia.
Žaltys, la serpiente se movió.
Se enroscó en una rama seca y la volvió luminosa.
Su piel dorada palpitaba como un reflejo del sol escondido en la sombra.
Los ojos de Mariana temblaron.
—¿Me hablas a mí? —preguntó, dando un paso atrás—.
¿Quién es la Centinela? ¿Por qué me sigues?
No hubo respuesta clara.
Solo presencia.
Un aura envolvente.
Entonces, el rosal frente a ella —antes lleno de color— comenzó a marchitarse.
Los pétalos se cayeron como suspiros.
Las hojas se tornaron ceniza.
Y justo frente a Mariana…
Una hoja.
Una hoja de cristal.
Levitando en el aire.
Girando lentamente, como una pluma detenida en el tiempo.
—Poooooorrrffffffaaaaaaavooooooor… veeeeeeeeeeen… conmigooooooooo…
Los ojos de Mariana se iluminaron.
Un destello rosa brotó de su interior.
Sin entender por qué, sin cuestionarlo siquiera, extendió la mano.
Y tocó la hoja de cristal.
Al tocarla, las hojas secas del bosque —ese bosque que parecía morir entre susurros y recuerdos— se levantaron en un remolino.
Giraban como un torbellino de memorias olvidadas, atravesando el tiempo, el espacio… y algo más.
Y en un abrir y cerrar de ojos…
El bosque se transformó.
Frondoso.
Lleno de vida.
Con un aroma a tierra húmeda que parecía cantar en silencio.
Mariana cubrió sus ojos, confundida.
—No temas, Centinela… te estábamos esperando —dijo una voz cálida.
Cuando los abrió… la vio.
Una mujer de cabellos como fuego y mirada sabia, cuya sola presencia irradiaba paz.
Era Laima.
Y junto a ella, enroscado en sus hombros, Žaltys, la serpiente destellaba como si fuese un hilo vivo de luz dorada.
—¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? ¿Quién eres? —preguntó Mariana.
—Soy Laima, Centinela. Vieja amiga de tu abuela.
Y este es Žaltys, mi serpiente solar, antigua mensajera de esperanza. Solo tú puedes escucharlo sin miedo.
Laima suspiró con dolor.
—Creímos haber encerrado a la Niebla del Olvido para siempre, pero no fue suficiente.
El Guardián de la Luz Azul y la Protectora de la Estrella han hecho lo imposible por contenerla… pero esta vez necesitamos tu sabiduría.
—Creo que me estás confundiendo con alguien más —dijo Mariana, nerviosa—. Mi abuela Flor… es solo una abuela. Y no sé quiénes son ese guardián o esa protectora.
Laima sonrió con ternura.
—Sé bien quién eres. Solo debes recordarlo. La Llama Rosa brilla dentro de ti. Y sí… te necesitamos.
Un trueno suave descendió del cielo.
El aire vibró.
Y apareció Perkūnas, el dios del trueno, imponente y solemne.
—Centinela —dijo, inclinándose—. Por un momento pensé que habías olvidado quién eras. Gracias por atender nuestro llamado.
—No… no sé de qué Centinela hablan. Necesito regresar… mi profesor me espera… —balbuceó Mariana.
De lo profundo del bosque surgió un venado, galopando con desesperación.
Justo antes de tocarla… se desvaneció en el aire.
Perkūnas frunció el ceño.
—Velnias está cerca. El bosque pierde su equilibrio. Debo contener a las criaturas… pero te seguiré, Centinela. No estás sola.
Y desapareció en un relámpago.
Laima cayó de rodillas, exhausta.
Sus ojos brillaban de tristeza.
—Estoy quedándome sin fuerzas… —susurró—. La Niebla del Olvido ha hecho un pacto con Velnias. Han secuestrado a Zemyna. Y están borrando todo rastro del orden natural.
—Mi energía se desgasta cada día, intentando mantener vivas las raíces… pero ya no basta. Por eso te necesitamos.
Mariana la miró, paralizada.
—Por favor… entiéndelo. No sé de qué Centinela hablas. Yo… no sé si puedo hacer algo.
Laima respiró hondo.
Una última chispa de luz danzó en sus manos.
—Debo integrarme a las raíces del bosque. Solo así podré mantener el flujo de la naturaleza un poco más.
—Pero tú… tú debes seguir este sendero. Busca a Zemyna. Y evita que la Niebla y Velnias borren el poder de la vida misma.
Mariana quiso responder algo…
pero ya era tarde.
Como un suspiro de esperanza, Laima se disolvió entre el musgo y el césped.
Mariana quedó sola.
En un bosque antiguo.
Frente a un camino que se abría paso entre ramas, hojas…
y recuerdos aún dormidos.
…esperando despertar.

El verano de la nostalgia
—Despiértate… despiértate, Mariana… —se repetía así misma en silencio, aún viendo los destellos de luz que dejó el cuerpo de Laima tras disolverse entre las raíces.
“¿Por qué lo hizo? ¿Por qué se sacrificó? —se preguntaba—.
¿Quién soy yo? ¿Por qué no recuerdo nada…?”
El eco de sus pensamientos fue respondido por un siseo.
Lento. Ondulante.
Como un viento antiguo que aprendía a pronunciar palabras.
—Eeeeel sssssaaaacrifffffiiiiiiciiooooo deee LAAAAImaaaaaa…
viieeeennnneeeeee deeel corazoooonnnn…
Žaltys se deslizaba entre las raíces cercanas, iluminando la tierra con destellos dorados.
Mariana lo observó acercarse, con mezcla de miedo y alivio.
—Por favor… ayúdame a despertar —dijo con la voz quebrada—.
Quiero regresar a mi casa… a donde pertenezco.
La serpiente solar inclinó la cabeza, como si comprendiera más de lo que decía.
Sus ojos brillaron como espejos del amanecer.
—Yaaaaaa essstáaaasss doooondeee peeeerteneceeeesss…
y essstáaaasss a puntoooo de dessspertarrrr…
🌟🌟
La serpiente avanzó lentamente, como quien conoce el sendero desde antes de que existieran los caminos.
Mariana, en cambio, se quedó atrás, dudando. Miró a los lados y comprendió que no había salida: solo podía seguirla.
Notó que Žaltys avanzaba con una calma extraña, deteniéndose en cada rama caída, como si escuchara voces que ella no podía oír.
A cada paso, las raíces del bosque se enredaban más en sus zapatos.
Tropezaba, se detenía, suspiraba.
Fue entonces cuando Žaltys giró la cabeza. Sus ojos dorados la miraron con intensidad.
Esta vez no hubo siseo. No hubo palabras.
Solo una voz directa, dentro de su mente:
“Quítatelos.
Siente la tierra.
El contacto se ha perdido… y así no podrás despertar.”
Mariana dudó. Miró sus zapatillas gastadas de estudiante universitaria, como si fueran lo único “normal” que le quedaba en ese bosque imposible.
Pero al final, suspiró y se inclinó.
Se descalzó.
El frío de la tierra la sorprendió primero… pero luego sintió algo más: un pulso.
Como un corazón latiendo bajo sus pies.
El bosque respiraba.
En ese instante, un destello suave iluminó un árbol seco.
Entre sus ramas, una diminuta hada se agitaba desesperada: una de sus alas estaba atrapada en la corteza.
Mariana corrió a ayudarla.
Intentó liberarla con cuidado, pero las astillas rasgaron ropa.
Pero no le importó.
Insistió, hasta que el ala quedó libre.
El hada revoloteó frente a ella, con ojos brillantes y agradecidos.
Parecía querer decir algo… pero antes de que emitiera sonido alguno, la luz cambió.
Entre el murmullo de los árboles, una figura apareció.
No era el hada.
No era Žaltys.
Era… su abuela Flor.
O al menos, alguien idéntica a ella.
—¡Abuelita Flor! —exclamó Mariana, sintiendo un alivio que le llenó los ojos de lágrimas—. Qué bueno que estás acá. No sé qué está pasando… todo es muy confuso. Por favor… llévame a casa.
Žaltys se enroscó sutilmente en sus pies.
Esta vez, su voz no salió como siseo, sino como un pensamiento firme en la mente de Mariana:
“Ten cuidado, Centinela… las cosas no siempre son lo que parecen. La Niebla del Olvido sabe disfrazarse para confundirnos.”
Mariana apretó los labios.
—Es mi abuela, ¿no lo ves? —susurró, con la voz quebrada—. La tengo al frente…
La mujer rio.
Pero no era la risa cálida y suave que Mariana recordaba.
Era una carcajada aguda, rota, que resonaba extraña en medio del bosque.
Sus ojos… tampoco irradiaban paz ni ternura.
Brillaban con un fulgor inquietante.
—Así que tú eres la Centinela de la Llama Rosa —dijo la figura, ladeando la cabeza con burla—. Apenas entras al bosque báltico y ya tienes tu vestimenta de estudiante hecho jirones… Qué decepción.
Mariana dio un paso atrás.
Un escalofrío recorrió su cuerpo.
Algo no estaba bien.
Con un chasquido de dedos, la “abuela Flor” levantó la mano.
El hada que Mariana había liberado hace apenas un instante fue arrastrada hacia ella, atrapada por una fuerza invisible.
El pequeño ser agitó sus alas desesperada…
La falsa abuela comenzó a reír.
Su cuerpo tembló, crujió, cambió.
Plumas negras brotaron de su piel como llamas extrañas.
Sus brazos se alargaron, sus ojos se volvieron un torbellino de caos.
En segundos, la ilusión se rompió.
Ya no estaba la abuela Flor.
Frente a Mariana se erguía un ser humanoide, cubierto de plumas, con mirada ardiente y sonrisa demente.
Era Aitvaras, el espíritu del caos.
—¿A dónde fue mi abuela? ¿Quién eres? ¿Qué hiciste con ella? ¡Deja ir al hada, ella no te ha hecho nada! —gritó Mariana, sintiendo por primera vez una chispa de fuerza dentro de sí.
Aitvaras rio con una carcajada burlona.
—¿Pobre Centinela? No, no… tal vez tienes razón. Tal vez no eres la Centinela. Tal vez solo eres una niña confundida… ¿y quieres que libere al hada que acabas de salvar?
Alzó una mano cubierta de plumas.
—El Olvido reinará en el bosque báltico. Nada podrá salvarse.
Chasqueó los dedos.
El hada desapareció en un destello gris.
—¡No! —exclamó Mariana, retrocediendo—. ¿Por qué lo haces? ¿Qué te hizo ese pequeño ser?
Aitvaras ladeó la cabeza, con sonrisa torcida.
—¿Quieres ayudarla? Entonces demuéstralo.
Si de verdad crees que eres la Centinela de la Llama Rosa… da un paso al frente.
Deténme.
Mariana lo dudó.
Sus pies temblaron sobre la tierra húmeda.
Žaltys, aún enroscado en sus tobillos, se apretó con fuerza, intentando darle coraje.
“Confffffiiiiiiiiiiaaaaaaa eeeeeeennnnn tiiiiiiii,
ceeeeeeentineeeeeelaaaaaa…
el pooooodeeeeeer estaaaaa en tiiiiiii…”
Mariana cerró los ojos, contuvo la respiración.
Y aún así… dio un paso atrás.
Su mirada se cruzó con los ojos caóticos de Aitvaras.
—Lo sabía —rió el espíritu—. No estás preparada para salvar al bosque báltico.
¡El Olvido triunfará!
Chasqueó los dedos una vez más.
Žaltys se quebró en un torbellino de polvo dorado.
La serpiente solar se desvaneció entre la nada.
El bosque entero retumbó con la carcajada de Aitvaras.
Luego… silencio.
Mariana se desplomó de rodillas.
Por primera vez desde que había entrado en ese mundo, entendió que todo era real.
Que estaba perdiendo.
Extrañó a su abuela Flor.
Extrañó a Ignacio.
Y en soledad, con el corazón hecho trizas, cayó al suelo.
El tic-toc en su mente retumbó más fuerte que nunca…
como si el tiempo mismo la empujara hacia un destino del que no podía escapar.

🍂 Otoño – El brote del recuerdo 🌱🌀
Hundió las manos en la hierba seca.
Sintió cómo las hojas del bosque se quebraban entre sus dedos,
cómo los árboles dejaban caer sus coronas una a una…
como si el otoño hubiera llegado de golpe,
dejándola más sola que nunca.
En su mente resonaban las últimas palabras de Žaltys:
“El poder está en ti… el poder está en ti…”
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
Al caer sobre la tierra reseca, algo sucedió.
El tiempo se detuvo.
Un destello cálido brotó desde la huella húmeda que la lágrima había dejado.
Como un latido sutil.
Como una chispa de esperanza.
Del suelo nació una plantita.
Frágil, temblorosa, iluminada por una energía rosada.
Mariana retrocedió con instinto,
pero esa luz no hería.
Al contrario: traía paz.
Las hojitas diminutas comenzaron a moverse, como si tuvieran voluntad.
Se alargaron, formando lo que parecían bracitos torpes.
De la parte superior brotó un pequeño champiñón, y debajo… dos ojitos se abrieron, brillando como estrellas húmedas.
El tallo se cubrió de musgo suave.
Ramitas formaron su cuerpecito.
Cuando el musgo llegó hasta su rostro, la criatura estornudó.
Un estornudo travieso.
Un soplido que levantó polvo y hojas secas.
Y así quedó al descubierto:
Un ser diminuto hecho de madera tierna, ramitas, hongos y musgo,
con una chispa de luz palpitando en su pecho.
La misma luz que Mariana llevaba dentro…
Aunque aún no lo sabía.
Mariana no podía creer lo que estaba viendo.
Un calor inexplicable, una ternura que no conocía desde niña, comenzó a brotar en su pecho.
Ese pequeño ser había nacido de su lágrima, justo cuando más sola se sentía.
El brotecito verde la miró directo a los ojos.
Se sacudió el polvo con sus diminutas manitos, sonrió…
y caminó torpemente hacia ella.
Era tan pequeño que apenas logró rodear con sus brazos una de las manos de Mariana.
Un abrazo diminuto.
Un abrazo que lo decía todo.
—¿Tú… quién eres? —preguntó Mariana, sin entender lo que sucedía.
Desde lo alto de un árbol, una voz grave y serena respondió:
—Es un Giruki, un niño-bosque.
Casi nunca nacen ante los ojos de los humanos… y tú lo has creado.
El bosque escuchó tu súplica.
Mariana levantó la mirada.
En la cima del árbol, envuelta en hojas y sombras, estaba ella: Medeina, diosa del bosque.
—¿Quién eres? ¿Hace cuánto estás allí? —dijo Mariana con urgencia—.
Algo está pasando, lo sé… Siento que tengo una misión, pero no recuerdo… ¡no sé qué hacer!
El pequeño ser intentó trepar a una roca.
Resbaló, a punto de caer, pero Mariana lo sostuvo con rapidez.
Su corazón se agitó al pensar en perderlo.
—¿Y ahora también debo cuidar a este… bebé de plantas? —murmuró, confundida.
Medeina descendió con gracia, como si los árboles mismos la sostuvieran.
—Soy Medeina, protectora del bosque. Perdóname por no haber estado cuando enfrentaste a Aitvaras.
Pero la Niebla del Olvido y Velnias están devorando a los dioses de los bosques bálticos. Debo moverme con cautela.
La diosa suspiró y la miró con ternura.
—Aun así… no alcanzas a imaginar la paz que siento al verte aquí, Centinela.
—No soy la Centinela —replicó Mariana, con la voz rota—.
Si lo fuera, habría salvado al hada.
Y Žaltys… Žaltys aún estaría conmigo.
Mientras hablaba, el pequeño Giruki se acomodaba en su regazo, jugando con un mechón de su cabello.
Aún sin nombre, pero ya inseparable.
—Sí lo eres —dijo Medeina con firmeza, mientras tejía ramitas con la suavidad de quien conoce cada fibra del bosque—.
Cuando los Guardianes de la Llama Eterna crecen, sus vidas se llenan de responsabilidades y… olvidan.
Pero el poder nunca los abandona.
Y tú, Centinela, te has convertido en una mujer fuerte y valiente desde la última vez que te vi.
Mariana bajó la mirada, sintiendo la presión de esas palabras.
—Creo que están confiando en la persona equivocada… —susurró, mientras intentaba limpiar con cuidado la carita del pequeño ser.
Medeina terminó de tejer.
De entre sus manos brotó un marsupio hecho de hojas frescas y fibras vivas.
Lo entregó a Mariana con solemnidad.
—No podemos perder el tiempo.
Carga a tu pequeño protector cerca del corazón… y avancemos.
Esta batalla la ganaremos juntas.
Mariana sostuvo el marsupio, lo abrió con recelo.
El pequeño Giruki trepó con torpeza, se acurrucó en el interior, y bostezó como si llevara toda la vida esperando ese lugar.
Mariana lo observó, y una ternura inesperada la envolvió.
Como si en ese pequeño ser el bosque le hubiera devuelto lo que creía perdido:
compañía, esperanza… y un nuevo comienzo.

❄️ Invierno – El vacío del recuerdo 🌫️💔
El grito que despierta la llama 🌸🔥
Y así, la diosa del bosque, la Centinela de la Llama Rosa y el pequeño ser verde avanzaron entre ramas desnudas.
El bosque perdía sus hojas.
El aire se tornaba frío y triste.
Medeina caminaba siempre alerta, mirando a todos lados.
Mientras tanto, el pequeño Giruki se retorcía en el marsupio, juguetón, intentando escapar de su lugar cómodo.
Mariana lo sostenía con cariño, aunque él parecía creer que todo era un juego.
El viento helado se colaba entre los árboles.
En un descuido, el brotecito logró escapar.
Al sentir la brisa invernal, tembló.
—¡Te lo dije, pequeño honguito! —rió Mariana, envolviéndolo entre sus brazos—. Quédate dentro… yo te protegeré del frío.
Medeina volteó a mirarlos.
Su sonrisa era leve, pero cargada de significado.
—Aún no lo sabes —dijo—, pero él es tu protector.
Solo que ahora es frágil, y debes cuidarlo.
No puedes llamarlo “honguito”. O sí… pero recuerda que es más que eso: es un Giruki, un hijo del bosque.
Debes darle un nombre imponente.
Un nombre que infunda respeto.
La diosa hablaba con solemnidad… pero entonces tropezó con una roca y casi se cayó.
El pequeño Giruki soltó una carcajada traviesa.
—¡Jaku, Jaku, Jaku! ¡Jaku, Jaku, Jaku!
—repitió entre risas, como si el bosque entero celebrara la broma.
Mariana sonrió de inmediato.
—Ya lo sé… se llamará Jaku.
El pequeño ser asintió con alegría.
Una chispa brillante iluminó su pecho, latiendo con fuerza.
Contento, se acomodó de nuevo en el marsupio, como si ese nombre hubiera sellado su destino.
Medeina resopló, con un enojo fingido que escondía ternura.
—No me resulta gracioso… pero me gusta.
Jakubas, el temible protector de la Centinela.
Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Sí… me gusta.
Una brisa helada los envolvió.
El aire se tornó más pesado.
Medeina se detuvo, con gesto serio.
—Lo siento, Centinela… —dijo con voz grave—. No puedo seguir contigo.
El invierno ha llegado demasiado pronto. Eso significa que algo está mal en las profundidades del bosque.
Debo buscar a Perkūnas: el equilibrio se pierde, el trueno calla.
Mariana la sujetó de la mano con desesperación.
—¡No me dejes sola! No sé si pueda…
Medeina inclinó la cabeza con ternura.
—No estás sola.
Recuerda: el poder lo llevas en tu interior.
Nos veremos pronto.
La luz en el pecho del pequeño Jaku brilló como un faro.
Mariana lo apretó contra su corazón.
Entonces, como una ráfaga que el tiempo no podía controlar, una tormenta de nieve y hielo descendió con furia.
El bosque entero crujió bajo la helada.
Mariana corrió, buscando refugio, mientras la nevada caía con violencia.
De pronto, una voz la llamó desde lo profundo de una cueva formada por hielo y árboles congelados:
—Centinela… por acá. Ven.
Tú y tu pequeño necesitan refugio…
La voz parecía venir de todas partes y de ninguna.
Mariana dudó… pero no sintió miedo.
Con cautela, se adentró en la cueva.
Allí, entre la bruma, una silueta tomó forma:
una mujer hecha de niebla y recuerdos.
Sus ojos brillaban con amor y compasión… pero también con temor.
—¿Quién eres? —preguntó Mariana, abrazando a Jaku, que asomaba la cabecita con curiosidad.
—Soy Lauma —respondió la figura con voz suave—.
Mi reina se disolvió en las raíces para sostener el flujo de la vida.
Pero no ha desaparecido: sigue luchando por mantener el equilibrio.
Su energía me ha traído a ti… para guiarte hacia donde el malvado Velnias mantiene cautiva a Zemyna.
Mariana abrió la boca para responder, pero un eco retumbó en la cueva.
Era un sonido extraño, desgarrador:
una mezcla de llanto y risa.
Su piel se erizó.
Jaku se escondió de inmediato en lo más profundo del marsupio, temblando.
El eco se intensificó hasta quebrar el hielo.
La cueva tembló con violencia.
Y entre el estruendo, la voz resonó como un cuchillo:
—El Olvido ha triunfado.
Es demasiado tarde para heroínas que no creen en sí mismas.
El suelo crujió.
Las paredes de la cueva se derrumbaron en un alud de escarcha.
Mariana, Jaku y Lauma apenas lograron salir, jadeando, cuando frente a ellas emergió una figura imponente.
Una mujer de rostro pálido y ojos desgarrados por la tristeza.
Sus manos parecían huesos envueltos en sombra.
Su voz, un gemido de siglos.
Era Giltinė.
La diosa de la muerte.
Lauma se plantó con valor frente a la sombra.
—¿Por qué, Giltinė? ¿Por qué te has unido a Velnias y a la Niebla del Olvido?
La diosa de la muerte inclinó el rostro, con sonrisa amarga.
—¿No lo ves? Ellos, los dioses de la luz, siempre brillan. Y nosotras… los otros, las olvidadas, las que sirven en silencio.
Tú, al menos, vivías bajo las faldas de Laima.
¿Y yo? Rodeada de muerte. Nadie me entiende… nadie, excepto Velnias.
Él me ofrece compartir su trono, donde no seré sombra sino dueña.
—¡Eso no es reinar! —gritó Mariana, pero Giltinė alzó la mano.
—¿Y tú, Centinela… o humana incrédula? ¿Cómo prefieres que te llame?
Alzó la mirada al cielo helado y murmuró palabras en una lengua que ni Lauma ni Mariana entendieron.
Un vórtice de hielo descendió y envolvió el cuerpo de Lauma.
En segundos, quedó convertida en una estatua de escarcha.
—¡¿Qué has hecho?! —exclamó Mariana.
🕯️ La confesión de Giltinė
“Dicen que soy la bruja de la muerte, que mi lengua lleva veneno y mi aliento trae el fin.
Pero nadie recuerda que una vez fui un hada luminosa.
Amaba las flores, los cantos, la risa de los niños. Yo confiaba en todos.
Fueron los hombres quienes me encerraron.
Siete años en un ataúd oscuro, porque temían lo que yo representaba.
Siete inviernos escuchando mis propias lágrimas.
Cuando escapé, mi reflejo ya no era mío: mi belleza se había marchitado, mi nariz tornó azul, y en mi boca creció un veneno que no pedí.
Ya no podía abrazar… solo arrebatar.
Desde entonces, mi corazón se quebró.
No confío en nadie.
Porque quienes temen a la muerte también temen el amor que yo guardaba.
Yo no elegí la sombra. La sombra me eligió a mí.
Y ahora… solo Velnias me entiende.”
🌙
Mariana sintió el peso del dolor en sus palabras.
Apretó a Jaku contra su pecho, temblando.
Pero dio un paso al frente.
—No eres cruel, Giltinė.
Eres la que da descanso a los cansados, la que cierra los ojos con ternura cuando la vida duele demasiado.
Eres puente entre lo vivido y lo eterno.
No destruyes: acompañas.
Eres necesaria… profundamente importante.
No dejes que las promesas vacías de un ambicioso te cieguen.
El equilibrio no pertenece al Olvido.
El equilibrio está en nosotras.
Giltinė la miró.
Por un instante, en los ojos de Mariana ardió la luz de la Llama Rosa.
La diosa tembló, y en un arrebato golpeó la estatua de Lauma.
—¿Qué… qué he hecho? —balbuceó, mientras intentaba liberar el hielo.
El bloque se quebró en mil fragmentos, cayendo como espejos rotos sobre la nieve.
Una risa burlona retumbó en el aire.
De entre la tormenta emergió Aitvaras, el espíritu del caos, con sus alas de plumas oscuras.
—Lo sabía. Velnias se equivocó al confiarte esta misión, Giltinė.
Eres débil.
—¡Déjala en paz! —gritó Mariana, con voz firme.
—¡Ustedes jamás ganarán! ¡El Olvido no triunfará!
Aitvaras ladeó la cabeza, divertido.
—Vaya, vaya… la Centinela al fin encuentra valor.
Veamos cuánto te dura.
Cruzó los brazos y chasqueó los dedos.
Giltinė se deshizo en un soplo de viento helado, arrastrada por la tormenta.
—¡No maaaaaas! —rugió Mariana, con el pecho encendido.
Pero Aitvaras sonrió.
—¿Crees que eso es todo?
Chasqueó otra vez.
El pequeño Jaku levantó su rostro desde el marsupio.
Sus ojitos buscaron a Mariana.
Extendió sus bracitos hacia ella… pero fue tarde.
En un parpadeo, Aitvaras desapareció con él.
—¡Jaku! —gritó Mariana, desgarrada—. ¡Nooooooo!
La tormenta respondió con un rugido.
Y en medio de la nieve, su voz tronó con fuerza nueva:
Y aunque el invierno la envolvía, en su pecho comenzaba a arder el fuego de un nuevo amanecer.
—¡Soy la Centinela de la Llama Rosa!
¡Y no se saldrán con la suya!

🌸 Primavera – El despertar de la Centinela 🌱🔥
La Llama Rosa renace ✨
El invierno se quebró en mil pedazos.
La nieve comenzó a derretirse, y en cada gota de agua brillaba un reflejo de esperanza.
Las raíces, dormidas bajo la escarcha, susurraban un nombre.
Un nombre que resonaba en el corazón de Mariana:
Centinela.
Y allí, en medio de la tormenta que se desvanecía, un resplandor descendió del cielo.
No era trueno ni relámpago.
Era la Guadaña Rosa, flotando como un amanecer que regresa.
Su curva lunar ardía con fuego rosado.
Su mango de madera vibraba con el pulso del bosque.
Esperaba…
Esperaba el despertar de la Centinela.
Esta vez, Mariana sabía lo que debía hacer.
Tomó la guadaña con ambas manos.
El contacto desató un destello de luz rosa que invadió hasta el último rincón del bosque.
Elevada en el aire por la energía que la envolvía, sintió cómo sus ropas se deshacían como ceniza.
En su lugar apareció un vestido tejido con flores que nacen bajo la luna.
La Centinela de la Llama Rosa caminaba ahora descalza, escuchando el latido de la tierra.
Un cinturón dorado ceñía su cintura, conteniendo la fuerza ardiente de su alma.
Y en su brazo brillaba un brazalete como un sol secreto, recordándole que en su sencillez habitaba la grandeza de un poder nacido para proteger con fuego y ternura.
Mariana no podía creer lo que estaba sucediendo.
Y, sin embargo, lo creía.
Su corazón latía con fuerza, no de miedo, sino de certeza.
—Bienvenida, Centinela —dijo una voz conocida.
Medeina apareció con un salto que parecía surgir del mismo corazón del bosque.
Sus ojos reflejaban alivio y determinación.
—Cuando vi el resplandor rosa, supe que el fin de la amenaza se acercaba… y que me necesitabas para la batalla contra Velnias.
—Quisiera decir que me alegra verte… —dijo Mariana, con voz firme—.
Pero en este momento tengo una misión clara: debemos detener a la Niebla del Olvido.
No pueden seguir destruyendo el orden del bosque místico… ni arriesgar el equilibrio del universo.
Medeina asintió, con un brillo de orgullo en los ojos.
—No sabes cuánto me alegra escucharte hablar así.
Esta es la Centinela que recuerdo.
Tenías que despertar tu poder por ti misma.
Mariana sonrió, con el corazón encendido.
—Yo también estoy feliz de estar de regreso.
Pero ya habrá tiempo para reencuentros.
La Centinela tomó la mano de Medeina.
Alzó la guadaña hacia el cielo.
Un relámpago rosa iluminó la bóveda invernal.
El viento se abrió en un torbellino de pétalos y luz.
Elevadas por la energía, avanzaron como centellas hacia el corazón del bosque.
Mariana lo sabía:
allí, en el centro mismo del mundo, la Niebla tramaba su plan destructivo.
Y allí sería donde la Llama Rosa brillaría con todo su poder.
En el centro del bosque, encerrada en una flor de cristal, yacía
Zemyna, dormida, conteniendo el último pulso de la vida.
Alrededor, en un jardín de olvido y memorias cautivas, se alzaban otras flores de cristal: jaulas que contenían a dioses y criaturas, presas de la Niebla y de las manos de Aitvaras.
De forma sutil, pero poderosa, descendieron del cielo la Centinela de la Llama Rosa y Medeina.
—Aquí están todos… —susurró la diosa del bosque, acercándose con cautela a las prisiones cristalinas—.
Pensé que habían sido eliminados…
—No tan rápido… —rió Aitvaras, batiendo sus alas oscuras con amenaza.
Se elevó en círculos, rodeándolas.
—Pero si es Medeina… cuánto tiempo buscándote. Eres buena escondiéndote, lo admito. Pero mira: llegaste como caída del cielo.
Medeina apretó los puños.
—No tengo miedo.
—Para el miedo ya es tarde… —bufó el espíritu del caos.
Con un chasquido de dedos, un torbellino de cristales envolvió a Medeina, sellándola en una flor translúcida.
—¡Ja! Una menos… —rió Aitvaras, su voz cargada de burla.
Mariana apretó la guadaña con ira.
Pero entonces lo vio: un
hilo dorado enredado al cuello de Aitvaras, tirando de él como un collar invisible.
Entendió al instante: él no era libre.
Velnias lo dominaba.
—¿Y a ti qué te pasa, niña? —dijo Aitvaras, sobrevolando sobre ella—.
¿Vienes a rescatar al pequeño honguito cansón?
¿Y cómo lo harás? ¿Vas a cortarme en dos con ese juguete rosado?
Mariana alzó la mirada, firme.
—¡No se llama honguito! Es
Jaku.
Es mi protector… y es mi misión protegerlo.
Alzó la guadaña al cielo.
La hoja rosada brilló como un amanecer.
Con un movimiento firme, cortó el hilo dorado que apresaba al espíritu.
Aitvaras gritó, desgarrado, mientras su cuerpo emplumado se deshacía en destellos.
En su lugar, una paloma blanca surgió y voló libre hacia lo alto, perdiéndose en la luz.
De entre el torbellino, algo cayó.
Era Jaku.
El pequeño abrió los brazos, buscando a Mariana.
Corrió hacia él, y en ese instante los honguitos de su cabeza se abrieron como paracaídas diminutos.
Aterrizó suavemente en sus brazos, riendo.
—Bueno… no sabía que venías con paracaídas incluidos —dijo Mariana, abrazándolo fuerte.
—Jamás dejaré que nada malo te pase.
De repente, el cielo se tornó gris.
El aire se heló.
Una presencia oscura llenó el jardín.
Entre las flores de cristal apareció
Velnias, su sombra proyectándose como un abismo.
—Qué escena tan… conmovedora —rió con sarcasmo—. Casi me hace llorar.
Mariana lo sostuvo con la mirada, sin soltar a Jaku.
—Tú debes ser Velnias…
No te hubiera reconocido.
Te imaginaba más grande, más poderoso.
Pero lo que veo es a un hombre triste y débil.
Con suavidad, dejó a Jaku en el suelo.
Se irguió, con la guadaña en alto.
—Yo soy la Centinela de la Llama Rosa.
Velnias rugió.
—¡Yo soy Velnias! ¡El nuevo dios absoluto de los bosques bálticos y del mundo! ¡Mírame y tiembla!
En ese momento, un trueno partió el cielo.
Un relámpago descendió tras Mariana y tomó forma de guerrero.
Era Perkūnas.
Velnias retrocedió con un atisbo de temor.
—¿Tú? ¿Qué haces aquí?
El dios del trueno clavó sus ojos en Mariana.
—Centinela, esta es tu misión: libera a los dioses y detén a la Niebla del Olvido.
Yo me encargaré de este remedo de dios.
Mariana lo miró a los ojos y asintió.
Perkūnas alzó los brazos al cielo, y relámpagos descendieron en sus manos.
La batalla rugió detrás de ella.
Pero Mariana sabía que ese no era su rival.
Avanzó entre el jardín de flores de cristal.
Jaku la seguía de cerca, sus honguitos brillando suavemente.
La niebla comenzaba a espesarse, colándose entre raíces y ramas.
Entonces lo vio.

Una flor atrapaba una silueta que reconoció de inmediato: el Tío Chris.
Otra… Ignacio, su hermano, con la mirada perdida.
Otra más: su abuela Flor, peinándole el cabello en la niñez.
Y otra: Monica, su madre, llevándola al médico de la mano.
—No… esto no es verdad —susurró Mariana, con la voz quebrada.
Cada paso que daba hacía que las flores se agrietaran.
Cada recuerdo que aparecía, dolía más.
Su fuerza vaciló.
Entonces, de entre la bruma, emergió un ser sin rostro.
Hecho solo de sombra, de silencio, de vacío.
Mariana no necesitaba un nombre:
sabía lo que era.
La Niebla del Olvido.
Las flores que contenían a sus recuerdos comenzaron a quebrarse en mil pedazos.
Los rostros de quienes amaba se fragmentaban como espejos rotos.
—¡Detente! —gritó Mariana—.
¡Ellos son lo más importante! ¡No quiero estar sola!
El suelo bajo sus pies se resquebrajó, como si quisiera tragársela.
Mariana bajó la mirada, sin fuerzas para ver cómo sus memorias se deshacían…
y entonces lo vio.
Una luz.
Pequeña, cálida.
Era Jaku.
Al alzar los ojos, no solo lo vio a él.
Tras el pequeño brote estaban
Ignacio, en su uniforme de taekwondo;
Majo, sosteniendo el espejo de estrella; y el
Tío Chris, con su gorra verde inconfundible.
Sus voces se unieron en un murmullo que llenó el bosque:
—No estás sola.
Y jamás lo estarás.
La Centinela respiró hondo.
El fuego de la Llama Rosa ardió en su pecho.
Alzó la guadaña hacia la Niebla.
—¡No estoy sola! —rugió—. ¡Mis recuerdos son míos!
La hoja rosa trazó un arco en el aire.
Un destello de luz barrió la oscuridad.
La niebla se abrió como un velo rasgado.
Las flores de cristal se quebraron, liberando a los dioses y a las criaturas del bosque báltico.
La Niebla del Olvido tembló.
Sabía que no podía vencer al poder de quien recuerda.
De quien sabe quién es.
De quien brilla por sus memorias y por el amor que guarda en ellas.
Un silencio profundo invadió el bosque.
No era vacío, sino calma.
Un silencio de paz, como si la tierra misma respirara aliviada.
Entonces, una voz rompió la quietud:
—¡Detenla, detenla! ¡Debemos capturarla! Yo vi cómo se le escapó al Guardián de la Luz Azul, ¡y mira en lo que terminó! —bramó el dios del caos nórdico,
Loki, mientras emergía tambaleante de entre los árboles libre al fin de la taberna en la que la Niebla lo había encerrado.
—Pero… —continuó Loki, con una sonrisa descarada—, ¿quién iba a decir que la hermana del Guardián sería tan linda?
—¿La hermana de quién? ¿Y tú quién eres? —replicó Mariana, alzando del suelo al pequeño Jaku, que bostezaba como si todo hubiera sido un juego.
—Perkūnas… —susurró Mariana, con el corazón alerta—. Él aún pelea contra Velnias. Debe necesitar mi ayuda.
—No te preocupes, hermosa —intervino Loki, inflando el pecho—. Yo y mis mosqueteros llegamos justo a tiempo. Dionisio y Ragutis están ocupándose del huesudo ese de Velnias.
Se inclinó con un gesto exagerado.
—Déjame presentarme: soy Loki, dios nórdico, muy buen amigo de tu hermano Ignacio. Gran héroe, inseparables somos. Seguro ya te habló de mí…
Un brazo cálido tocó el de Mariana, deteniendo sus pensamientos.
Era
Laima, con
Žaltys enroscado sobre sus hombros.
—Centinela, no tengo palabras para agradecerte. Nos salvaste del Olvido. Y hay alguien que quiero que conozcas…
De entre las sombras cristalinas, aún adormecida, apareció Zemyna, tomada de la mano de Lauma.
—Centinela —dijo con voz suave como tierra húmeda—, es un placer conocerte. Yo soy…
Mariana dio un paso al frente, sin titubear.
—Lo sé.
Eres el suspiro fértil que despierta los campos.
El pulso secreto que late bajo cada raíz.
Zemyna sonrió, con lágrimas en los ojos.
—Has devuelto el orden a los bosques bálticos. No sabemos cómo agradecerte…
—No se preocupen —respondió Mariana, acariciando a Jaku, que se había quedado dormido contra su pecho—.
Gracias a ustedes por recordarme quién soy.
Mariana los miró a todos con gratitud.
Los dioses, las criaturas, el bosque mismo… todos libres de la prisión del Olvido.
Apretó a Jaku contra su pecho y habló con voz firme:
—No me deben nada.
Pero sí les pido una cosa…
Sus ojos se suavizaron.
—Cuídenlo.
—¿A quién? —preguntó Zemyna, inclinando la cabeza.
Mariana miró al pequeño ser dormido, que sonrió entre sueños.
—A
Jaku. Es fuerte, pero aún es frágil. Y el mundo en el que vivo no es lugar para su poder.
Si me lo permiten, prometo venir a visitarlo muy seguido.
Denle un hogar aquí, en el bosque… donde pueda crecer.
Luego levantó la mirada al cielo.
—Y si pueden… den algo de vida al árbol frente a mi casa. Lleva años marchito. Mi abuela Flor lo amaba.
Laima asintió.
—Así será, Centinela.
Mariana quiso preguntar más, sobre todo aquello que había escuchado de Loki…
—¿Cómo conocen a Ignacio? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?
Pero antes de recibir respuesta, una ráfaga de luz la envolvió.
El bosque se deshizo en un remolino de pétalos y cristales.
Cuando abrió los ojos, estaba de nuevo en el sendero de la excursión universitaria.
El aire olía a eucalipto, no a nieve ni a musgo antiguo.
Y allí, corriendo hacia ella, estaba
Mora.
—¡Mari! ¿Dónde estabas? ¡Te perdí de vista y casi le aviso al profe!
Se detuvo, jadeando.
—Estás… ¿estás bien?
Mariana sonrió.
Se llevó la mano al pecho, como si aún pudiera sentir el calor de Jaku dormido.
—Sí, Mora. Estoy bien.
Solo… necesitaba recordar quién soy.
🌙
Las aventuras de la Centinela apenas comenzaban.
El bosque había despertado… pero la Niebla aún seguía libre, agazapada en los rincones del recuerdo.
Mariana lo sabía: la verdadera batalla no estaba en derrotar enemigos, sino en creer en sí misma.
Porque mientras exista memoria, esperanza y amor…
ninguna sombra podrá vencer.
🌟🌟🌟