Majo y el espejo de la estrella


Un día difícil


Majo había estudiado. ¡Y mucho! Durante tres tardes enteras, Majo se sentó en la mesa del comedor con su cuaderno de matemáticas, repasando una y otra vez los ejercicios más difíciles. Su mamá, Alejandra, le explicaba con paciencia cada paso, y su primo Ignacio incluso había hecho dibujos de colores para que pudiera entender mejor las fracciones.
—¡Tú puedes, Majo! —le dijo él con una sonrisa mientras le pasaba una hoja llena de números y estrellas.
Y ella, con el corazón lleno de ganas, creyó que sí podía.

Pero al día siguiente, cuando la profesora entregó los exámenes corregidos, Majo sintió un frío en la barriga. La hoja temblaba en sus manos. Un número rojo, encerrado en un círculo como una señal de alerta, brillaba en la esquina. Había sacado una mala nota.

El salón se llenó de murmullos. Algunos niños celebraban. Otros suspiraban. Majo solo quería desaparecer. Guardó el examen sin decir una palabra y pasó el resto del día con los hombros caídos, sintiendo que algo dentro de ella se apagaba.

Esa tarde, en casa, trató de disimular. Pero su mamá la conocía demasiado bien.
—¿Cómo te fue, amor? —preguntó mientras preparaba chocolate caliente.
Majo bajó la cabeza.
—Mal. Estudié mucho, pero no fue suficiente.
Su papá, Rubén, que leía el periódico en la sala, levantó la mirada.
—Fallar no significa que no sirvas para eso —dijo con voz firme pero cálida—. A veces aprendemos más cuando algo no nos sale.
Alejandra se acercó y la abrazó.
—Estamos orgullosos de ti, no por la nota… sino porque lo intentaste con todo tu corazón.

Pero a Majo no le bastaba. No cuando sentía que había fallado.

Esa noche, después de cenar, se fue a su habitación sin muchas palabras. Milu, su pequeña perrita frenshpoodle, la siguió dando saltitos. Majo se puso la pijama de estrellas, se metió bajo las cobijas y suspiró con tristeza.


—Tal vez nunca seré buena en eso… —murmuró.


Milu, como si entendiera cada palabra, corrió hacia el rincón donde Majo guardaba sus tesoros. Revolvió entre peluches y cuadernos hasta que sacó algo con su boquita:
el espejo en forma de estrella.

Majo lo tomó con cuidado. Era pequeño, con bordes dorados y suaves, y brillaba apenas con la luz de la lámpara. No recordaba haberlo visto antes… pero algo en él se sentía familiar.
Se miró en él… y el mundo empezó a girar.


El reflejo que no brilla


La luz del espejo creció en un susurro de estrellas. Era suave, como si la noche entera respirara. Majo sintió que sus pies flotaban, y aunque cerró los ojos con fuerza, no sintió miedo. A su lado, Milu la miraba con orejas erguidas, sin ladrar, como si supiera que algo importante estaba por suceder.

Cuando abrió los ojos, ya no estaba en su habitación.

Todo a su alrededor era... distinto. Un espacio flotante, sin paredes, sin techo. El cielo tenía tonos morados y dorados, como un atardecer dentro de una burbuja, y alrededor suyo flotaban cientos de espejos de diferentes formas: redondos, alargados, con marcos de hojas, otros con marcos de nubes. Se movían lentamente, como si nadaran en el aire.

—¿Dónde estamos? —susurró Majo, pero no hubo respuesta.

Milu dio un par de pasos y rozó con la nariz uno de los espejos más cercanos. En él, Majo vio un recuerdo: estaba practicando un salto con Mariana, su prima. Ambas reían, llenas de energía, con moños en el cabello y zapatillas brillantes.

Otro espejo se acercó, y esta vez la mostró a ella ayudando a su abuela Flor a hacer una limonada en un día caluroso. Uno más la reflejó abrazando a Ignacio, mientras él le mostraba su cuaderno con dibujos de planetas y guardianes.

Majo dio un paso hacia adelante. Cada espejo parecía contar una historia de ella misma.
—Son mis recuerdos… —susurró.

Pero entonces lo vio.

Flotando más allá de todos, como escondido, había un espejo completamente negro. No tenía marco dorado ni luces a su alrededor. Era más grande, más alto… y no reflejaba nada.

Majo sintió un nudo en el estómago.

Se acercó despacio. Milu la siguió con pasos cuidadosos, rozando su pierna como diciendo aquí estoy.

Majo se paró frente al espejo oscuro y esperó ver algo. Su cara, su sombra… algo. Pero no había nada. Solo un fondo negro, profundo, silencioso. Como si el espejo estuviera vacío.
—¿Por qué no me veo? —preguntó. Su voz sonó más pequeña de lo que esperaba.

De pronto, una brisa leve acarició su cabello y una voz, suave como una canción que casi se olvida, susurró:
—Este espejo no muestra lo que otros ven… sino lo que tú has olvidado ver en ti.

Majo retrocedió un poco.
—Pero yo... yo me esfuerzo. Yo intento…

Milu se sentó a su lado. No ladró. Solo la miró con esos ojos redondos que parecían abrazar. Entonces, sin pensarlo, Majo le puso la mano en la cabeza.
—¿Y si no soy suficiente? —dijo bajito, con un nudo en la garganta.

Milu ladeó la cabeza y empujó con su nariz la pierna de Majo, como animándola a seguir.

Y así, frente al espejo oscuro, Majo decidió quedarse un momento más. No tenía respuestas, pero tenía algo mejor: a Milu, a los recuerdos de su familia… y la pequeña chispa de una nueva pregunta encendiendo su corazón.


Estrellas en el corazón


El espejo seguía en silencio.

Pero dentro de Majo, algo empezaba a moverse. No era miedo. Tampoco tristeza. Era como si una estrella pequeñita —de esas que casi no se ven en el cielo— estuviera latiendo suave, justo en su pecho.

—¿Qué he olvidado ver en mí? —preguntó de nuevo, esta vez en voz baja, con la mano aún sobre la cabeza tibia de Milu.

Entonces el cielo cambió.

Los colores morados y dorados giraron lentamente, y los espejos alrededor comenzaron a alejarse, dejando espacio. Una luz blanca, cálida, como la de una linterna envuelta en algodón, bajó desde lo alto y envolvió a Majo. No quemaba. No asustaba. Era como si la abrazara.

Y con esa luz… vinieron las memorias.

Primero, se vio de pie en la biblioteca del colegio, sola, con un libro de matemáticas en las manos. Recordó cómo, a pesar de no entenderlo al principio, siguió leyendo y subrayando con marcadores de colores.
—Eso también es valentía… —dijo la voz, suave como antes.

Después, se vio defendiendo a una compañera que los demás estaban molestando. Su corazón temblaba, pero igual habló.
—Ese es el brillo de tu justicia —susurró la voz.

Apareció otro momento: la noche anterior al examen. Majo estaba cansada, con sueño, pero decidió repasar una vez más. Se hizo una trenza apretada, y siguió intentando.
—Eso fue amor propio. Tu estrella no se apaga cuando fallas. Solo a veces se esconde… para enseñarte a buscarla.

Majo parpadeó. El espejo oscuro ya no era completamente negro. En su centro, una luz tenue, redonda como la luna, comenzaba a aparecer. Era pequeña… pero crecía.

Milu se acercó y dio una vuelta antes de acostarse a su lado. Con un suspiro, apoyó su cabeza en las piernas de Majo.
Y por primera vez desde que llegó a ese lugar, Majo sonrió.
—Tal vez… no soy tan invisible como creía.

La voz no respondió. No hacía falta. Ahora, las estrellas estaban encendiéndose dentro de su corazón.


Los que creen en mí


El reflejo de luz en el espejo oscuro seguía creciendo, como una estrella tímida aprendiendo a brillar.

Y entonces, sin que Majo lo pidiera, nuevos espejos comenzaron a acercarse flotando. Esta vez, no eran solo recuerdos suyos… eran reflejos de quienes la amaban. Como si el mundo mágico quisiera mostrarle que no estaba sola.

El primero en llegar fue Ignacio.

Majo lo vio tal y como lo recordaba esa tarde en que le ayudó a estudiar, dibujando planetas en su cuaderno. En el espejo, él sonreía y le entregaba un lápiz con una estrellita en la punta.
—Nunca dejes de preguntar, Majo. La curiosidad es un superpoder —decía.

Otro espejo se acercó. Esta vez mostraba a Mariana, su prima mayor, con una cola alta y una libreta en la mano. Estaban juntas en el parque, practicando saltos. Majo tropezaba una y otra vez, pero Mariana seguía animándola.
—Tú no necesitas ser como nadie más —le decía—. Tu estilo es único. Y eso es lo que más brilla.

Majo sintió los ojos húmedos. Milu se acercó más y apoyó su cabeza en su muslo, como si también recordara ese día.

Después, un espejo más pequeño apareció frente a ella. Dentro estaba la abuela Flor, sentada en su sillón, contándole un cuento. Pero esta vez, Flor no hablaba. Solo la miraba con ternura infinita, como si dijera: Eres más fuerte de lo que piensas, mi niña.

Y por último, dos espejos más grandes flotaron juntos. En uno estaba su papá, Rubén, leyéndole un libro con cara seria pero con voz suave. En el otro, su mamá, Alejandra, peinándola con delicadeza mientras le cantaba bajito.

Las palabras que le habían dicho esa misma noche, en la cocina, flotaron alrededor de ella como notas de música:

—Fallar no significa que no sirvas para eso.
—Estamos orgullosos de ti porque lo intentaste con todo tu corazón.

Las lágrimas de Majo cayeron, lentas, cálidas. No eran de tristeza. Eran como lluvia en verano.

Y justo en ese momento, desde el fondo del espacio mágico, un nuevo espejo comenzó a subir. Era distinto. Su marco tenía forma de estrella… y en su interior, apareció un rostro muy querido:

—¡Tío Chris! —susurró Majo, con el corazón desbordado.

Él estaba sonriendo, con su delantal de cocina, brillando como constelaciones. Desde el espejo-estrella, levantó una cuchara y le guiñó el ojo.

—¡Hey, estrella! Ya sabes lo que te digo siempre… —y su voz, aunque lejana, llegó clara—: No importa cuánto brilles. Lo que importa es que nunca dejes de intentarlo.

Majo rió bajito.

En ese instante, el espejo oscuro brilló con tanta fuerza que todo el cielo del salón se iluminó.

Ya no estaba sola. Nunca lo había estado.


El reflejo verdadero

La luz que brotaba del espejo oscuro ya no era tenue.

Ahora brillaba como un sol sereno, rodeado por las memorias vivas de quienes creían en ella. Majo lo miraba con los ojos muy abiertos, sintiendo que ese calor que nacía desde el centro… no era del espejo, sino de su propio pecho.

El aire a su alrededor vibró, y los otros espejos comenzaron a alejarse, como dejando el escenario libre para algo importante.

Majo se acercó. Milu, siempre atenta, caminó junto a ella con paso firme.

Y entonces ocurrió.

Por primera vez desde que llegó a ese mundo, el espejo oscuro mostró un reflejo.

Pero no era como los demás. No era una imagen perfecta, ni como las fotos donde posaba con uniforme. Era ella, sí… pero con los ojos brillantes, el cabello algo despeinado, un poco cansada, un poco valiente, un poco confundida… y completamente real.

En el reflejo, su corazón latía. Y en su pecho, justo sobre el pijama de estrellas, se veía una luz azul suave. Una chispa. Una llama. Como si algo muy poderoso viviera ahí, dentro de ella, esperando ser recordado.

Majo se acercó aún más, y en el espejo su reflejo también avanzó.
—Hola —dijo en voz bajita, como si se saludara a sí misma.

La voz suave, la que la había guiado desde el principio, volvió a hablar:
—Este es tu reflejo verdadero.
—¿Y por qué no lo podía ver antes? —preguntó Majo.

La voz respondió con ternura:
—Porque estabas buscando la estrella en los lugares equivocados… y la tenías justo ahí, en tu corazón.

Majo cerró los ojos. Sintió a Milu recostarse contra su pierna, cálida y fiel.
—Entonces, ¿sí puedo hacerlo? ¿Sí puedo aprender, aunque me equivoque?

La respuesta no fue una palabra. Fue un abrazo invisible. Un silencio que abrigaba. Una certeza que no necesitaba explicación.

Cuando volvió a abrir los ojos, el espejo se había desvanecido en luz… y su estrella 


El regreso de la estrella


Majo despertó con la luz suave del amanecer filtrándose por la ventana. A su lado, Milu dormía hecha un ovillo, como si también hubiera viajado por sueños y estrellas.

Tenía el corazón tranquilo… y valiente.

En su mano, aún apretaba el pequeño espejo en forma de estrella. No brillaba, no temblaba, no giraba. Era solo un espejo. Y al mismo tiempo, era todo lo que necesitaba.

Se levantó despacito, se cambió de ropa y bajó a desayunar. Su mamá la miró sorprendida.
—¿Dormiste bien, mi amor?
Majo asintió.
—Sí… y soñé cosas importantes.

Su papá, Rubén, le dio un beso en la cabeza mientras le entregaba una manzana.
—Hoy tienes otra oportunidad. Y yo sé que vas a aprovecharla.

Ese día, en el colegio, Majo volvió a sentarse frente a un examen de matemáticas. El mismo salón, las mismas sillas, la misma profesora… pero ella no era la misma.

Respiró profundo. Pensó en su abuela Flor. En Mariana. En Ignacio. En el tío Chris cocinando con su delantal lleno de estrellas. Pensó en Milu, en sus padres, en sí misma.

No era magia. No era suerte.

Era concentración. Era memoria. Era confianza.

Mientras resolvía los ejercicios, sintió que cada número encontraba su lugar, como si ya hubieran estado en su mente, solo esperando a que ella creyera.

Cuando terminó, sonrió. No porque supiera si había sacado la mejor nota, sino porque esta vez, había respondido con todo su corazón.

Esa noche, de regreso a casa, abrió su diario de estrellas y escribió con su lápiz favorito:

"Hoy entendí que la estrella siempre estuvo dentro de mí. Solo tenía que cerrar los ojos… y creer."

Milu ladró bajito, como si dijera lo sabía, y Majo la abrazó.

El espejo en forma de estrella descansaba sobre su mesa de noche. Quieto. Brillante. Esperando la próxima aventura.


Lo que viene… aún no ha sido contado.


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