Los Frijoles Voladores

Oh No!
Era un día completamente normal en la vida del Tío Chris…
Bueno, normal para alguien que vive en Holanda, tiene tatuajes brillantes y se toma muy en serio las recetas familiares.
Ese día, el Tío Chris se despertó con el corazón contento.
El sol brillaba, las flores olían rico, y hasta el pan tostado salió sin quemarse.
Tenía un invitado muy especial del gimnasio y quería impresionarlo con frijoles paisas, como los hacía su mamá en Colombia… o mejor dicho, la abuela Flor.
Entonces la llamó por videollamada.
—¡Mamá, necesito tu magia de cocina! —dijo, mostrando su delantal con dibujos de dragones.
La abuela Flor sonrió con ese amor que atraviesa pantallas y continentes.
—Tranquilo, mijito. Te dicto la receta.
Chris fue al supermercado. Todo iba bien… hasta que no.
Ay no, peor!
—Huevos de gallina… creo. —Pero eran de pato.
—Cilantro fresco… hmm… —Pero agarró perejil.
—Pimentón rojo… ¡ah sí, estos! —Pero eran chiles picantes nivel volcán.
Volvió a casa, aún con la abuela en videollamada.
Ella lo guiaba con paciencia:
—Dos tazas de agua para el arroz, no más.
—¿Comino o cúrcuma?
—Comino, Chris… COMI—
¡Pantalla congelada!
Chris suspiró.
—Este wifi me va a volver loco…
Siguió como pudo, midió el agua “a ojo” (terrible idea), y por suerte al momento la videollamada regresó.
Entre risas, chismes y cucharones, mamá lo fue guiando hasta que todos los ingredientes estuvieron en la olla a presión.
Entonces, con tono solemne, la abuela Flor advirtió:
—CUANDO LA OLLA EMPIECE A PITAR NO LA VAYAS A Aaaa…
¡Pantalla congelada otra vez!
Chris encogió los hombros, cerró la olla y esperó.
La olla empezó a pitar.
—¡Eso debe significar que está listo! —pensó con una sonrisa confiada.
Y entonces…
Ahhh claro!
¡PUMMMMMM!
Los frijoles volaron como estrellas fugaces.
Pegados en el techo, en las cortinas, en el espejo.
Chris con cara de tragedia, sosteniendo una cuchara como si fuera un escudo de batalla.
En ese momento, la videollamada volvió.
La abuela Flor, viendo la cocina convertida en zona de desastre, respiró profundo y, con toda su sabiduría maternal, dijo:
—Bueno… un omelet con huevo de pato no suena tan mal…
Y los dos soltaron la carcajada.