El Origen del Libro del Dragón
Contado por el Tío Chris

Hace miles de años, en la cima de la montaña Kunlun, vivía una mujer sabia llamada Jing Xiuying. Ella no era guerrera, ni reina, ni hechicera: era la primera
bibliotecaria, una guardiana del conocimiento y la memoria del mundo antiguo.
Cada día, Jing recorría los pasillos infinitos de su biblioteca, acariciando con devoción los pergaminos y libros que contenían la historia de la humanidad. Su sabiduría era tranquila, humilde, sin pretensiones.
Y eso la hacía aún más poderosa.
El ente creador de todo —El Inicio— la observaba en silencio.
Vio en ella una llama tan pura que decidió protegerla con una criatura sin igual:
un dragón celestial de escamas brillantes y alma eterna, al que llamó Longyan.
Desde entonces, el dragón rodeaba la montaña con su cuerpo como un anillo viviente, custodiando la sabiduría que Jing protegía con tanto amor.
Pero la oscuridad también quería memoria.
Desde los confines de un imperio cruel surgió un emperador sediento de poder.
Un hombre que lideraba una dinastía tan malvada que, siglos después, su nombre sería borrado del tiempo por la propia Jing, como castigo eterno.
El emperador marchó hacia la montaña Kunlun con su ejército de youxias corrompidos y hechiceros sombríos, dispuestos a saquear los secretos de la humanidad y reescribir la historia a su antojo.
Al verlos acercarse, Jing supo que no tenían oportunidad.
El conocimiento que tanto amaba… caería en manos equivocadas.
Y ese conocimiento, mal usado, podría destruir el mundo en lugar de salvarlo.
Con lágrimas en los ojos y valor en el corazón, Jing Xiuying alzó la voz al cielo y pidió ayuda al Inicio:
—No quiero huir. No quiero pelear. Quiero que la memoria sobreviva, aunque yo no lo haga.
El Inicio respondió.
Con un solo soplo divino, transformó a Jing Xiuying en un libro viviente, sellando en sus páginas todo lo que ella había amado y aprendido.
Las historias. Las culturas. Las preguntas sin respuesta.
Todo quedó resguardado en ese objeto sagrado.
Y en su portada, como guardián eterno, Longyan se durmió, transformado en una talla de jade…
silencioso, inmóvil, vigilante.
El ejército enemigo llegó… y no encontró nada.
Ni libros, ni mujer, ni dragón. Solo piedra, viento y silencio.
Y funcionó.
El tiempo pasó.
El mundo siguió olvidando.
Pero un día, muchos siglos después, una mirada pura y valiente tocó el libro.
Y en ese instante, Longyan abrió los ojos.
