Clase de canto con Apolo


¡Oh no!

Era un día perfectamente normal en la vida del Tío Chris.
Se levantó temprano, preparó su café favorito — con algo de miel, porque hay que cuidar la voz aunque uno no cante—, abrió la ventana de su sala en una callecita tranquila de una ciudad holandesa…
…y entonó su canción matutina con entusiasmo.

El problema fue el tono.
Y el volumen.
Y, bueno… todo.

Un pájaro que pasaba justo en ese momento escuchó la nota inicial, se desorientó, giró en picada y ¡pum!, directo contra un molino de viento.

“Oops”, pensó el Tío Chris, cerrando la ventana con culpa.
Pero claro, eso no detuvo su buen humor.

En el gimnasio, mientras levantaba pesas con su gymbro favorito, tarareó la última canción de Lady Gaga.
Su amigo lo miró, levantó una ceja y le dijo con cariño:

—Bro… como cantante eres un excelente culturista.

Y así siguió su día, sin saber que el destino tenía otros planes.

Al llegar a casa, se preparó para una ducha gloriosa.
Puso su
Repodrixytor a todo volumen (la versión mágica de Spotify, cortesía de Afrodita), y con shampoo en una mano y actitud de estrella pop en la otra, se metió bajo el agua.
Abrió la boca.
Una sola nota.
Una.

Y fue justo entonces… que lo vio.
El jabón.
Inofensivo. Resbaloso. Traicionero.
Demasiado tarde.

¡FLOP!

El Tío Chris pisó el jabón, resbaló como si estuviera en una pista de hielo encantada y fue a dar contra el borde de la ducha con un estruendoso ¡pum!

Todo se volvió luces.
Estrellitas.
Acordes celestiales.
Y quizás un par de querubines girando sobre su cabeza.

Cuando por fin logró abrir los ojos…
Ya no estaba en el baño.
Ahora estaba en un templo flotante, rodeado de arpas levitantes, columnas giratorias, coros de querubines con peinados exagerados… y muchísimo cabello brillante flotando al viento.

Desde una nube descendió una figura gloriosa con sonrisa de estrella pop y pasos de pasarela divina.

—¡Bienvenido a tu clase, discípulo! —exclamó Apolo, dios del canto, la belleza y el exceso de gel para el cabello.

—¿Discípulo de qué? —balbuceó Chris, aún con una toalla invisible de vapor y confusión.

—De canto, claro. Escuché tu “do sostenido menor desafinado” desde el Olimpo.
Y eso, querido mortal, no se puede dejar sin supervisión celestial.


 ¡Ay no, peor!

—Muy bien, discípulo —dijo Apolo, haciendo sonar sus nudillos como quien va a realizar una cirugía musical—. Vamos a comenzar con lo básico.

Chris sonrió con entusiasmo.

—¿Escalas? ¿Vocalización? ¿Respiración diafragmática?

—No. —Apolo chasqueó los dedos y apareció un corcho de vino flotante—. Primero, cantar con esto en la boca.

—¿Perdón?

—Te abrirá el canal sonoro interior. O al menos te callará un rato.

Con el corcho entre los dientes, el Tío Chris intentó entonar un “do re mi” que sonó más a “duh weh meh”.
Apolo aplaudía con gracia olímpica.

—¡Perfecto! Ahora flexiones de pecho mientras haces escala ascendente. Cada nota, un empujón al universo.

Y allí estaba el Tío Chris, haciendo flexiones con sudor divino en la frente, mientras intentaba decir “fa fa fa fa” sin parecer un pato asmático.

Los semidioses del templo miraban desde las nubes flotantes, algunos tomando smoothies de ambrosía, otros grabando con sus espejitos mágicos (claramente para los “Fails Celestiales Volumen 3”).

—¿Esto se sube a TikTroy? —preguntó uno.

—Obvio, ¡hashtag #GuardiañitoFails! —respondió otra con risa de diosa menor.

Entonces, un cuervo blanco descendió en picada con una carta enrollada. Apolo la leyó, frunció el ceño dorado.

—Zeus me necesita. Dice que Atenea está teniendo una “crisis de identidad filosófica”.

Chris, empapado y sin aire, trató de decir algo, pero sólo emitió un pequeño sonido como de flauta mojada.

Apolo alzó una lira brillante, dorada, reluciente como recién salida de una telenovela mitológica.

—Escucha bien, mortal: esta es mi lira dorada sagrada recién reparada.
El pegamento de néctar aún no ha secado.
No. La. Toques.

Ni un acorde. Ni un
tintín. Ni siquiera la mires con intención de solo-fakear.

—Claro, por supuesto —respondió Chris, con la misma expresión que uno pone cuando te dicen "no toques el pastel aún".

Apolo se desvaneció en un torbellino de rayos dorados.

Y entonces… el templo quedó en silencio.

Chris, solo, empapado en sudor sagrado, se acercó a la lira. La miró.

—¿Y si solo la pruebo? Un acorde. Un fa menor. Un riff pequeñito. Tal vez un solo estilo rock mitológico…

Se acomodó. Se peinó con un rayo de luz. Tomó la lira como si fuera una guitarra eléctrica y se lanzó con toda la actitud del Olimpo:

—¡Soy el Guardián del rock eterno!

TWANG

Una cuerda vibró.
Luego chilló.
Luego se soltó con un pequeño
¡plop!
Y salió volando como látigo, golpeando un jarrón antiguo que contenía los suspiros de Orfeo.

El jarrón explotó.
Una nube de notas musicales salió flotando gritando “¡libertaaad!”

Y desde una pared, una voz grabada de Apolo chilló como alarma:

—¡TE DIJE QUE NO LA TOCARAS!

Chris tragó saliva.

—Ay no… peor.


¡Ahhh claro!

—Ay no… peor —susurró el Tío Chris, con la cuerda rota en la mano y una expresión de tragedia griega nivel telenovela.

Los querubines se tapaban la boca para no reír (spoiler: no lo lograban), y uno de los semidioses soltó un grito dramático:

—¡El instrumento sagrado del dios del canto ha sido... desentonado!

El caos era absoluto.
Algunos semidioses huían. Otros grababan.
Y uno, solo uno, se acercó caminando entre las risas.

Era bajito, con gafas empañadas de tanto vapor celestial, manos llenas de manchas doradas de pegamento de néctar… y una camiseta que decía “Yo reparé el arpa de Orfeo y sobreviví”.

—Ey, tranquilo —dijo el semidiós artesano con voz nasal—. Vi todo…
No es que estés desafinado… es que tu tono es... poco común.

—Gracias… ¿supongo?

—Yo soy Glíkos, aprendiz de reparador de instrumentos divinos —dijo, inflando un poco el pecho—. Todos se burlan de mí. No soy fuerte. No soy guapo. No tengo abdominales esculpidos por Hefesto.
Pero… quiero ser influencer. Quiero salir en el InstaOlympos.
Si tú me das unos tips para verme más “gymbro”… yo reparo esta lira.

Chris lo miró. Lo pensó. Lo visualizó con banda elástica en la cabeza haciendo burpees sobre una nube.

—Trato hecho.

Y así comenzó un entrenamiento legendario.
Chris le enseñó posturas, frases motivacionales, cómo sostener una pesa como si fuera el destino del universo.
Glíkos, torpe pero decidido, lo dio todo.
Y tras unas cuantas tomas y muchos filtros divinos, lograron la foto perfecta:
Glíkos levantando la lira como si fuera Mjölnir, sudor brillante, fondo de rayos de Apolo y hashtag:

#StrongByNectar #AbsDePegaso #YoTambiénCantoFeo

La lira, mientras tanto, quedó reparada justo a tiempo.

Apolo regresó, miró la lira, la tocó con una ceja arqueada y dijo:

—Casi desafinas la eternidad… pero debo admitir que tu foto tiene muchos likes.

Y con un chasquido, Apolo despidió al Tío Chris, que volvió girando por el aire en una espiral de notas musicales y olor a lavanda.

¡PUM!

Despertó en el suelo de su ducha, con el jabón aún rodando por ahí y una constelación de estrellitas brillando sobre su cabeza.

Se quedó un momento en silencio.
Sonrió.
Y cantó bajito, muy bajito…
Porque tal vez no era su don,
pero el mundo se ve distinto cuando lo enfrentas con una canción.

Si vas a cantar, canta con todo el corazón.

Y si vas a pisar jabón… ¡que al menos valga una buena historia!



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