La carta en la botella.


(El Archivo de los Recuerdos Perdidos)




Hay días en los que el mar… parece guardar más secretos de los que cuenta.


Y fue en una de esas mañanas doradas…
cuando Liros y Leros, curiosos como siempre, corrieron entre las olas y los arrecifes de la Isla del Amor.


Jugaban… reían…
y entre caracolas y arenas…
una botella de cristal los llamó, reluciendo como un faro en la espuma.

Dentro… dormía una carta, un mensaje atrapado en el tiempo.


Las pequeñas manos de Liros temblaron al destaparla.
Y Leros, con ojos grandes como el cielo, dijo en voz baja:
‘Tío Chris… ¿qué historia duerme en este vidrio?’

Hoy, en este rincón del Archivo de los Recuerdos Perdidos…
el Cofre se abre de nuevo.

Porque hasta en la isla donde el amor florece…
hay corazones solitarios que confían al mar su esperanza eterna.




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Amada mía…



si estas palabras alguna vez tocan la orilla de tu mundo…
que sepas que he buscado tu rostro
en cada ola,
en cada estrella que vigila este océano sin fin.

Partí con un corazón lleno de esperanza
y un nombre en mis labios: el tuyo.

Mas el mar… es un viejo embustero.

Y las sirenas…
hijas de un canto que hasta mi padre temió…
me aguardaban en la penumbra de las aguas.

Sus voces tejieron hilos de seda en el viento.
Prometían abrazos de espuma…
y dulces mentiras envueltas en melodías
que ningún hombre podría rechazar.

Pero en mí…
ardía una llama que ninguna canción podía apagar:

el recuerdo de tu risa,
el perfume de tu piel en la brisa,
la promesa que te hice al partir.

Mientras mis hombres caían en el hechizo…
yo amarré mi alma a tu imagen.

Cada nota, cada verso encantado…
se deshacía contra la roca de este amor que por ti nació.

Mas el mar, celoso, no perdona.

Mi embarcación cedió al abrazo de los abismos.
Mis compañeros…
sus voces ya no me alcanzan.

Y yo…
sobre un bote errante, con la tinta casi seca…
escribo estas últimas palabras.

Si el destino, apiadado, lleva esta botella a tus manos,
o a las de algún corazón que sepa comprender:

no llores por mí.

El amor que siento no muere con las olas.

Navegaré eternamente en sus corrientes.
Seré espuma que acaricie tus playas,
viento que susurre a tus noches,
estrella que vigile tus sueños.

Y si alguna vez, en el murmullo del mar,
escuchas un nombre pronunciado entre las olas…
sabrás que sigo buscándote.

Hasta el último amanecer de este océano eterno.


— Telémaco


Hijo de Ulises,
Marinero de los recuerdos.




Y así fue… como los pequeños Liros y Leros aprendieron que…

algunas historias de amor eterno… duran apenas un suspiro.

Pero en ese suspiro…
queda un eco que ni el mar, ni el tiempo, ni el Olvido… logran silenciar.

Hoy, la botella descansa en nuestro Cofre.
Sus palabras flotan ahora… entre las estrellas y las páginas de este Archivo.

Quizás… algún día…
otra carta, otra voz, otra esperanza… llegue hasta nosotros.


Hasta entonces…
recuerda:
hay amores que viajan más allá de los mares…
esperando ser escuchados.


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